con todas las letras
haciendo eses.
Te escucho
para aprender de ti
de qué estoy hecho.
Te imagino
en regiones húmedas
de otro mundo
y, allí, te toco
con el índice reencarnado
en otros dedos
y te abrazo
y, así, abarco
el horizonte.
De pronto, tú,
al mirar en dirección
a la alegría,
despertando
al niño que murió
dentro de mi boca
al degollar
tantas palabras
en que te traducías.
Qué pensarán de mí
el deseo y el amor
al verme unirlos
en la palpitante
polisemia
de tu nombre
y entregártelos,
como un tributo
invisible,
aun en contra
de su voluntad
y de la mía.
Y qué importa
si tu cuerpo responde
las preguntas
con más preguntas
y a nosotros
nos une la suerte
de buscar la respuesta.
La misma respuesta
equivocada.