y yo compartía mi nombre con millones de personas
en el pasado de los oídos con que me escuchas.
Tampoco me detendré en cómo llegué al estado
de ver tu cuerpo desnudo al mirar la calle,
el río, el techo, la luna o los árboles.
Empezaré por ahí, por el primer invierno
en que soñé con los seres oscuros de tu boca.
Soñaba ya con caer por la grieta de tu sonrisa
mientras la lluvia deshiciere la serpiente cotidiana,
con hacerte posible fuera de los endecasílabos
y, en resumen, con tropezarme con tu amor
al entrar distraído en una habitación desordenada.
Hoy es la continuación de tu mirada por otros medios.
Bajo una prenda de entretiempo, las agujas de un reloj
terminan por apuntar siempre al mismo sitio.
No conozco las razones de mi lengua
para entregarte las llaves del océano.
No sé del amor más que huele a ti
y que es capaz de hacer llorar a las estatuas.
Cuando el insecto busca un escondite en algo más grande que él,
yo pienso en tu silueta de verso libre.
Yo escribo cuando vive el hombre.
Yo importo cuanto te hago falta.
Yo grito tus pechos
cuando el corazón que compartimos se calla.
Mañana es una certeza destructiva.
Mañana acataremos que la muerte
nos salga de los ojos del otro.
Moriremos hasta el extremo.
Moriremos sin esperarnos.
Moriremos mientras sobreviven
poetas más muertos que nosotros.
Moriremos de todas las causas
que caben en el hueco profundo de un abrazo.
Moriremos con todas las consecuencias
que salen de unos labios cerrados por la fuerza.
Moriremos sin pedir la vida eterna a cambio.
Moriremos un instante y, después, ya ni siquiera eso.
Y en otro lugar y en otro tiempo, otro nombre
andará a tientas una tierra desconocida
hasta hacerse único, entre millones de personas,
en un cerebro que se despierte un día corazón.
Ese hombre nuevo verá otro cuerpo desnudo
al mirar las copas de los mismos árboles
y soñará con caer por la grieta de su sonrisa
hasta llegar al significado último de sí mismo.
Se besarán sin saber que se dan nuestros besos.
Se tocarán sin saber que ahí estuvieron nuestras manos.
Se querrán sin imaginar siquiera
que, mucho antes, otros seres oscuros
hallaron la misma luz al unir sus dedos de niebla.