Los ojos de mi mirada eran nubes.
Mi voz corría como un animal capaz de todo.
Pisaron mi aliento pies de azufre.
El alma -herida- con más de un hueso roto.
Mi lengua era papel mojado
y, también, puñales contra mí mismo.
Lloraba a carcajadas pensando
que dejaba lágrimas de pan por el camino.
La sed siempre halla un bar abierto
para multiplicarse por su espejismo.
El recuerdo es hombre muerto
sobre mujer pintada en un gemido.
Verde esperanza, negro botella, azul cobalto
sobre el asfalto asesino que es la vida.
Si un día vuelves a acercarme la mano,
no dejes que mi mano vuelva a quedarse dormida.
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