La mujer,
el mar que le han salido pechos
o los pechos volando a ras de mar
o el alma que ha encontrado hogar
o el alma que ha perdido el miedo.
La vida,
algo entre un llanto y otro llanto
o flor de un día cualquiera
o el verbo ser paseando por la acera
o el invierno soñando el sueño de una noche de verano.
La muerte,
un fueraborda que naufraga en el cabo de Buena Esperanza
o The End golpeando con verdades como puños
o la imperativa lógica del absurdo
o el sueño eterno vagando por la nada.
La soledad,
ella que le ha desaparecido el nombre
o todo lo que fue ella o todo lo que ella esconde
o ella que me ha dejado la saudade
o ella que ya no es ella o yo que ya no soy nadie.
La rutina,
la fotografía póstuma del fuego
o la fruta de la pasión guardada en la nevera
o el aguardiente que se hiela
o el código civil civilizando la ley del deseo.
La belleza,
tu silencio de formas turbulentas
o la voz que echas a andar sobre la cama
o el juego que te traes con la madrugada
o la virtud que muere todas las primaveras.
La verdad,
bien pudiera ser lo que escribieron en la puerta del aseo
o el bocata de salchichón después del fútbol
o ese aburrido antónimo tuyo
o dile a Laura que la quiero.
La mentira,
el porvenir de lo que es cierto
o las palmaditas en la espalda de dios padre
o la inexistencia de dios madre
o dile a Laura que la quiero.
La locura,
el refugio de los cuerdos
o el pez bayoneta más la granada y los dos tigres
o todo lo que hasta ahora dije
o todo lo que ahora siento.
La (des)esperanza,
(la maldita cura de) la enfermedad del beso
o don nadie (perdiendo) su amor verdadero
o doña victoria en la cama (de don dinero)
o el sol (sin fuerzas ya para otro invierno).
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