que le permite a uno escribir
sobre una peluquería de caballeros,
pero siéntense a tomar notas
porque me dispongo a cultivarlo.
Pasen, pasen. No se queden fuera
porque, en esta peluquería de caballeros,
he visto de todo menos una puerta cerrada.
Pasen y vean que, debajo del pelo,
hay quien lleva un corazón en cueros.
Se lo digo yo, que entré aquí
cuando no era todavía un niño
y, como pueden ver, no he salido aún.
Y es que, sencillamente, uno no puede irse
de aquello de lo que forma parte.
Pasen y vean los mechones de mi risa por el suelo.
También encontrarán más de un gol del Barça
pintando de azulgrana la pared
y, al fondo del pasillo, los cadáveres exquisitos
que deje la última batallita de un parroquiano.
Traigan gafas de cerca, está garantizada
la lectura del Marca y la contemplación del Interviu,
y pónganse ropa cómoda
porque tendrán que viajar en el tiempo
al pretérito perfecto de la calle Bailén.
Les espera allí el domicilio social
de lo que queda de mi infancia,
el garito donde se acicalan mis recuerdos,
el lugar donde me peino el hemisferio del cerebro
con el que encuentro el camino a casa.
Créanme. Es verdad, se lo aseguro,
esto que les digo con el pecho.
Ni por un instante piensen que exagero.
Esto es lo que sucede cuando un genio
abre un peluquería de caballeros.
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