me dijo el brujo mientras se incorporaba.
Verás, avergonzarse de una derrota
es el equivalente humano
a que una roca se lamentara
de que el agua y el viento, poco a poco,
fueran matizando sus formas de mineral.
Escuchas desde niño que las derrotas se sufren
y que existen personas ganadoras
que habitan un lugar cerrado, cuya llave
debes dedicar tu vida a encontrar,
y llaman derrota a perder un empleo,
ganar unos kilos, no alcanzar una meta
o llevar en el cuello una medalla de plata.
Pero sobran pruebas de que ganar y perder
son exabruptos en todos los idiomas.
Deja, dijo, de encadenar tu significado
a algo que no significa nada
y serás libre para comprobar
que la victoria y la derrota
no se distinguen desde lo alto.
Dime qué puede derrotar a alguien
que está envuelto en una carcajada.
Qué puede importarle, a quien se siente
donde quiere estar, no haber llegado primero.
Antes de escoger camino,
piensa que nunca se ha perdido
quien no busca un resultado.
Y qué muerte más triste
la de quien nunca se cura de un triunfo.
Qué pequeñito se vuelve
quien se alza a hombros de una victoria
mientras todo lo verdadero se aleja bajo sus pies.
Mientras las biopsias escriben la historia.
Mientras el sol cree que es más rápido que el anochecer.
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