para que el corazón lata, los pulmones
tienen que llenarse de los días
en que tú transformas el oxígeno
que cae, irrespirable, de los árboles.
Este cuerpo cada vez más humano
que, para moverse, necesita intuirte
al final del camino de sus extremidades.
Un cuerpo, a la vez vivo y muerto,
en el que cada órgano es media soledad.
Un organismo que no se resulta bastante.
Algo que dista de la verdad
cuanto está separado de tu cuerpo.
Una aurora que se desangra de luz
entre las cuatro paredes de su sexo.
Este cuerpo que se arrastra
por los suelos más sucios de la prosa,
que necesita un trasplante de carácter,
que está resuelto a suicidarse
en el último minuto de tu boca.
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