martes, 21 de julio de 2020

LO QUE UNO NECESITA ENTENDER NO PUEDE EXPLICARSE

Yo me veo guapo, pero no significa nada. Quiero decir que, aunque la imagen frontal de mi rostro reflejada en la cristalera del escaparate me convence, ¿qué más da? Lo único que cuenta es lo que le parezca a ella. En el retrato especular aparecemos los tres, pero a él y a ella, se les ve de espaldas. Todas las calles que hay dentro de la calle Leopoldo Gimeno están tan manchadas de alegría que el domingo va a tener que emplear toda su materia gris para limpiarlas.

Anudo el pañuelo alrededor del cuello. Estiro los músculos de los brazos y la espalda. Ella ata los cordones de sus zapatillas. Aparto la vista, cuando se incorpora, para que no sé de cuenta de que tengo los ojos oscuros de mirarla. Él termina de un trago lo poco que queda en el botellín de agua que compró donde Tomás y lo deja, junto al tobillo derecho, en el suelo con disimulo. Conocemos la señal. Al oírla, acaso inconscientemente, empezamos a correr.

En los sonidos del encierro, escucho la libertad. A mi alrededor, nadie parece advertir la muerte repentina del sol a pesar de que las nubes se empeñan en propagar su cruel noticia de algodón. Vuelvo atrás la cabeza en la curva de Postas. El cuerpo de los toros lo veo en la gravedad de dos o tres caras de quienes los tienen más cerca. Recupero la posición natural. A la izquierda, él se mueve por Estafeta demostrando que no es la primera vez que hace esto. A la derecha, ella tiene el gesto parado en su propia agitación y no sabe que me enseña el abc de la belleza al verla tan arreboladita. Me ruborizo instantáneamente. A qué extremos de cursilería estoy llegando...

Rompo la barrera del frescor de la mañana y sudo por la frente lo que late en mi cerebro. La tierra que piso en la arena no se parece a lo que él me dijo que sentiría cuando entrara en la plaza por primera vez. Ella toma aire y, a medio camino de una sonrisa, recorre el graderío con la mirada. No sabe que me forma parte. No sabe que ella es todo eso que hay en mí y no soy capaz de explicarme.


miércoles, 1 de julio de 2020

ENFERMOS DE SORPRESA

Si os sorprende
que haya llegado hasta aquí
es porque vais por ahí
contando el número
de cromosomas del corazón
y porque creéis que una persona
es la suma de sus diagnósticos.

Eso es. Os sorprende
que no acate el invierno
que dictan los pronósticos
porque ignoráis
que el material de que está hecho
no se detecta en ningún análisis.

Os sorprende
que su boca alcance
el punto de ebullición de la sonrisa
porque decís síndrome
y llenáis vuestros propios oídos
de oscuridad.

Os sorprenden
los logros de su mirada
porque la buena salud
de vuestras certezas
os ha robado
los frutos del interrogante.

Os sorprende
que haya reescrito su destino
porque leéis la adversidad
sin rechistar.

Así, ¿cómo vais a ver en él
la fragilidad irrompible
del valiente?
Irrefrenable
no es quien no tiene miedo.
Imparable
es quien está dispuesto
a dar un paso más
cuando tiembla el suelo.


GUERRA DE CIFRAS

No todas las cifras son iguales.
Yo estoy contra los números
que, en el fondo, mueven
los hilos del abecedario.

Me considero enemigo
de los porcentajes de mortalidad,
de los marcadores tumorales,
de la tasa interanual del paro.

Condeno el saldo negativo de soñar,
la cantidad inasumible de veces
que se rompe el corazón de la cerveza
o los dígitos que muerden
la mano de la gente.

Pero estoy abiertamente a favor
del recuento a ojo de lo nuestro,
del número par de tus pechos
y de la suma total de los dientes
que me esperan blancos en tu boca.

Soy un convencido partidario
del fallo estadístico que es el amor.
Siempre que me descuadres los labios.
Siempre que no salgas
del margen de error de mis brazos.