No tengo miedo de la rosa negra
que habita el bosque de la triste historia.
No tengo miedo de la península
en la que se pudren los poetas como yo.
No tengo miedo del dios de la granja
en que agoniza el lamento del cerdo.
No tengo miedo de la cruel sequía
que azota los pasillos de las casas.
No tengo miedo de la eternidad
de la flora cerrada de la cripta.
No tengo miedo de la voz que sale
de la boca imposible del cadáver.
No tengo miedo del espectro de quien
nos asustaba cuando estaba vivo,
ni tengo miedo del avaro señor
de la líquida tierra del mal sueño.
Lo que sí temo es que un día cualquiera
oigas mi nombre y no lo distingas
de las palabras que no te dicen nada
cuando te las tropiezas en la acera.
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