Si me hubieran dicho, cuando San Siro coreaba mi nombre después de ponerla en la escuadra, que iba a estar aquí, echando la tarde en la sala de espera del traumatólogo... Llevo hora y cuarto sin que nadie me haga ni puto caso. Joder, toda la vida con la monserga de la rodilla. La prensa especializada suele decir que me retiró la entrada del cabezón Ruggeri pero qué va, lo que me retiró fue la chapuza que me hizo el cirujano lombardo al que me llevó, con la pasta que tiene el viejo, Berlusconi. Y desde entonces, salvo los años en Iguña, llevo sin levantar cabeza con el ligamento lateral izquierdo.
Lo más parecido al deporte que puedo practicar es andar deprisa y, claro, estoy echando barriga porque la comida me pierde. En morfar no he perdido facultades. Sigo tragando como cuando comía ubre en casa de Diego pero, entonces, éramos jóvenes e inmunes a la obesidad y, en cambio, ahora... Hasta necesito tirar de fotos y vídeos antiguos para que mi propio hijo crea que hubo días en que fui capocannoniere de la Serie A.
Yo entiendo que no puede haber privilegios y, si hay que esperar, espera uno pero, coño, la clínica también tiene que entender que hay personas que no podemos esperar en la misma sala que los demás porque se nos conoce y, como le sonamos, la gente nos mira. Quizá no saben de qué, pero les sonamos. Y no es agradable ser el mono de la feria. Bien es verdad que hoy no se ha acercado nadie. Seguramente porque, bueno, en España los periodistas nunca me han dado la misma bola que en Italia, pero no sé... no está uno cómodo.
Nunca he sido de esos tíos a los que le gusta estar apuntado por todos los focos. Como Roberto Donadoni, por ejemplo. Hostia, iba por Via de la Spiga con su novia y casi era él el que perseguía a los tifosi. Pero era muy buen tío, Roberto. Hace tiempo ya. Creo que la última vez que le vi fue en un sorteo de la Champions. Nos llevaron a sacar bolas como dos gilipollas. ¿Qué año fue eso? No sé, él estaba de seleccionador italiano y yo... en fin.
Si volviera atrás en el tiempo creo que sería más simpático con algunos. Parece que no pero luego hay cosas que te pasan factura. Pero quien más rédito saca del sol es quien menos aprecia el verano porque no le parece posible que algún día el otoño pueda arrojarle la lluvia. Y vaya si llueve. Pero, para cuando uno se da cuenta de eso, anda ya calado hasta los huesos y ya es tar... Erre-ciento cuarenta y seis acuda a consulta doce. Por fin, ya era hora. Todos los ocupantes de la sala de espera me miran levantarme. No saben de qué, pero les sueno.
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