lunes, 4 de octubre de 2021

FEEL THE OCEAN

 - ¿Un tiburón? ¿En Baleal? Thiago, tú eres gilipollas, ¿no?

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques. A Paulo le colocaron Feel the ocean por sobrenombre cuando era un surfista imberbe y todavía, cuando ya era el propietario del chiringuito más guapo de todo Peniche, le llamaba así todo el mundo. 

- ¿Y qué si no? Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Se lo ha tragado la mar? 

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Thiago Caneca. Caneca llevaba siete años trabajando como camarero en el chiringuito de Feel the ocean, pero ese verano, y sin apenas incremento salarial a cambio, a las funciones hosteleras había sumado las de instructor de surf en la escuela con la que su patrón pretendía diversificar su actividad empresarial. 

- Pero, ¿cómo carajo has podido perder al abuelo?

El abuelo no era otro que David Fox. Un súbdito británico que, junto a su esposa, constituía la clientela toda de la flamante escuela de Feel the ocean

- Qué coño voy a haber perdido yo... Ha sido cuestión de un segundo. Lo tenía perfectamente controlado, me he vuelto un momento para ocuparme de la abuela y, al girarme otra vez, su tabla estaba flotando allí pero no había ni rastro del puto abuelo.

- Y, a todo esto, ¿dónde está la abuela?

Caneca señaló hacia el exterior del chiringuito. La mirada de Feel the ocean siguió la dirección indicada por el dedo de su empleado múltiple hasta que, al fin, pudo ver a Cindy Fox, todavía con el traje de neopreno puesto, gimoteando a las puertas del local. 

El rostro de Feel the ocean fue pasando de la incredulidad a la inquietud y, de ésta, al miedo al pensar en los problemas que podían venírsele encima si míster Fox no aparecía pronto. Estuvo un rato ensimismado hasta que habló Caneca.

- Mira cómo está la pobrecilla.

- Caneca... ¿Se lo habrá llevado alguna mala corriente?

- ¿A él solo? No. Imposible. Además, la mar estaba en calma. 

- Joder... ¿Y qué hacemos?

- Podemos pedirle ayuda a Nuno. Nadie conoce estas putas aguas como él.

- No, no, no. Déjate de nunos y de hostias.

Feel the ocean hubiera dado hasta el último de sus colgantes a cambio de poder contar con la ayuda de Nuno en ese trance. Pero no era posible. Nuno tenía también una escuela de surf y, desde hacía años, había venido utilizando en arrendamiento, para almacenar las tablas y demás cuestiones de intendencia, un local propiedad de Feel the ocean.  Hasta ese verano en que, en vista del éxito de Nuno, Feel the ocean decidió montar su propia escuela y acabar con la competencia poniendo a su inquilino en la calle de un día para otro. Sin embargo, contra todo pronóstico, Nuno había conseguido reaccionar a tiempo, alquilar otro local adecuado en Baleal y mantener su escuela más viva que nunca al retener entre su clientela a la spanish storm al completo. En este punto, advierto que no voy a explicar qué es la spanish storm porque, una de dos, o el lector está familiarizado con el surf y sabe perfectamente de qué estoy hablando o no lo está y sería materialmente imposible introducir en una narración de esta naturaleza la gran cantidad de conceptos necesarios para que pudiera hacerse una idea, siquiera somera, del impacto y trascendencia que la spanish storm ha tenido en el surf de la era moderna. El caso es que ni siquiera el mismísimo Feel the ocean se sentía con el morro suficiente como para, después de todo, ir a pedirle ayuda a Nuno.

- Déjate de nunos y de hostias -repitió- y vamos a la playa. 

Cuando llegaron, Caneca comprobó con alivio que las tablas que habían estado utilizando los señores Fox seguían, sobre la arena húmeda, en el lugar donde las había dejado al ir precipitadamente a informar a su jefe del extraño suceso. Que alguien se las  hubiera llevado, hubiera podido ser lo poquísimo que le faltaba ya a Feel the ocean para sacar la mano a pasear

Nada. Ni el más mínimo detalle fuera de lo normal en la playa. Ni el más pequeño indicio del paradero de David Fox fueron capaces de encontrar a pesar de moverse durante una hora y media alrededor de la tabla buscando, ni ellos sabían qué, como una caricatura viviente de un Sherlock Holmes rastafari y su Watson penicheiro. Nada hasta que Cindy Fox llamó su atención. 

Las miradas de Feel the ocean y de Caneca fueron guiadas por el dedo índice derecho de doña Cindy hacia un pequeño llavero verde que estaba tumbado a la bartola bajo el sol como si de un veraneante agosteño se tratara. La señora les explicó que el abuelo era parroquiano asiduo de un pub de Camden y que su dueño, en pago a su fidelidad, le había obsequiado con el referido artículo. La poderosa mente comercial de Feel the ocean le hizo a éste considerar durante un momento la idea de hacer lo mismo con los borrachos más perennes de su chiringuito, pero acabó descartando el proyecto porque le pareció que, fuese cual fuese su costo, supondría sin duda un dispendio excesivo para el fin perseguido. 

Subieron un piso más en su desconcierto. Ninguno de los dos verbalizó la pregunta. Ambos sabían que no era posible encontrar la respuesta al enigma de dónde demonios se había metido el abuelo el llavero mientras vestía el traje de neopreno. Al inspeccionar la zona donde había aparecido el portallaves, Caneca creyó leer en la arena unas huellas que habría dejado impresas alguien que caminara hacia exterior de la playa. Los tres caminaron, por ello, en esa dirección a pesar de que ni Feel the ocean ni la esposa del desaparecido estuvieran en absoluto convencidos de que esas formas que se dibujaban en la arena fueran, en realidad, huellas.

- Oh, my god!

Cindy Fox no pudo reprimir este grito cuando comprobaron que el coche del abuelo no estaba en el lugar donde el matrimonio anglosajón lo había dejado estacionado cuando llegaron para tomar lo que, pensaban, iba a ser una rutinaria clase de surf. Caneca intentó consolarla con esa genuina torpeza que sólo los hombres que se consideran a sí mismos hábiles son capaces de alcanzar y, ante su fracaso, no vieron más alternativa que acercarla a su casa.

Maldita la gracia que le hizo a Feel the ocean. Se pasó todo el trayecto hasta el casoplón que los Fox habían alquilado en Bom Suceso pensando cómo decirle a la buena señora que él, para ayudar, el primero pero que, bueno, alguien tendría que indemnizarle la gasolina, ¿no? 

La normalidad era absoluta en la casa salvo que (oh, my god!) el ropero del abuelo estaba vacío y su maleta ausente. A Cindy se le quedaron los ojos como platos al ver a su marido en la pantalla de televisión. La BBC informaba de que Scotland Yard había dictado orden de busca y captura internacional contra David Fox, portavoz de los tories en la cámara de los comunes y que éste se encontraba en paradero desconocido. En este punto, miss Fox se desmayó sobre el sofá. Feel the ocean y Caneca no necesitaron abrir la boca. Se entendieron sólo con mirarse. Aprovecharon el momento para lavarse las manos, darse el piro y quitarse de en medio de aquel quilombo. 

- La que ha liado el puto abuelo.

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques la mañana siguiente. Pero, entonces, no había nadie para escucharlas. Estaba solo, fumando en la parte trasera del chiringuito  más guapo de todo Peniche. Miraba en dirección a la playa. Desde ahí veía a Nuno y su equipo de instructores impartir una clase magistral de surf a no menos de cincuenta personas. Él acababa de perder a su único cliente. Y qué más da, pensó sonriendo. Apuró el cigarro, lo lanzó a la tierra y lo pisó. Abrió la mochila que hasta ese momento había estado a su espalda y sacó de ella una bolsa de plástico del Pingo doce. Al abrirla mínimamente para mirar el contenido, se le dibujó otra sonrisa. ¿Sabría David Fox que, en su apresurada huida, se había dejado en el armario aquellos cien mil euros en billetes pequeños y no correlativos?

- Ay, Nuno, Nuno... ¿Cuándo aprenderás que Feel the ocean siempre gana?

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques. Pero, entonces, no había nadie para escucharlas.

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