Bajo un sol que tiene la piel erizada,
la torre de Babel de cada esquina
no llega al cielo -ni falta que hace-.
Va de New York a Salamanca,
se mueve de Frankfurt a la China,
de Madrid hasta el mar de nuestra calle.
Antes que el dinero hecho ladrillo,
en cada esquina, un Carpanta
vivía en los escombros de su casa.
No sé muy bien quién apretó el gatillo
pero en el barrio quedó tufillo
a orden de desahucio bien pagada.
¿De qué iba a servir rezar
si Dios ya era una marca registrada?
Y se quedaron.
Con su presencia anónima de sociedades,
anónimas como lo inconfesable.
Mientras quede un cadáver,
nos quedará un hombre insobornable.
La vida es pagar letras.
La muerte, vencer demasiado tarde.
El corazón es un logotipo que descartaron.
¿Qué les importa lo que nos importa?
¡Ay de quien pronuncie su nombre comercial en vano!
Se mueven entre el mal y el bien ganancial,
el maleficio mínimo interprofesional
y el beneficio que les reporta.
¿Qué nos importa lo que les importa?
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