de que el Nuevo Testamento nos ha marcado a todos los dioses.
Como todos los best sellers, fruto de modas pasajeras,
ha impuesto pautas extrañas de comportamiento.
No hay nada más ridículo
que el ejercicio políticamente correcto de la divinidad
al que, de veinte siglos a esta parte,
nos han acostumbrado cuatro santones arribistas.
Hoy te tachan de burgués por vivir
en las mínimas comodidades de un palacio de cristal
en la cumbre humilde del Monte Olimpo.
Nadie parece ver el evidente romanticismo
que hay en forzar a una mortal
y convertir en asteroide a su marido.
¿Qué jóvenes estamos educando
si un padre no puede devorar a sus propios hijos?
Por no hablar de los remilgos del lenguaje.
Hoy haces justicia y se les llena la boca
llamándolo asesinato múltiple o genocidio.
Déjenlo... Si lo que más me irrita
es que, en el fondo, es culpa nuestra.
¿Cómo un dios que se precie
puede tolerar que le ponga normas un concilio?
Ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez
que alguno de ustedes vino a ofrecerme
un pariente en sacrificio a uno de mis altares.
Cómo se echan de menos los buenos tiempos.
Pasábamos el rato poniendo cabezas humanas
en cuerpos de animales.
Y ahora eres el malo si organizas un rapto
haciéndote pasar por un simple toro inofensivo.
Se empieza admitiendo el libre albedrío
y se termina con los templos hechos escombro.
Señores, cuando un dios es como Zeus manda,
es del todo innecesario que exista el diablo.
Les dejas sentirse bienaventurados
y malinterpretan lo de a su imagen y semejanza.
Y entonces, ya sin miedo, el hombre
encuentra el antídoto de la religión.
No. No es tan fácil la vida de un dios.
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