Qué difícil resulta sorprender a quien, como yo, ha cruzado con tantas personas ya la asimetría de sus vidas respectivas en el metro. Sin embargo, observar a aquel niño desde mi asiento canoso llamó a gritos mi atención. Jugaba a inventar países. No a conquistarlos. No a someterlos. Su fantasía hablaba con detalle de los territorios que había creado mientras su mano iba esbozando un mapa que traducía, poco a poco, sus palabras. No tengo la menor idea de dónde lleva aquella cartografía improvisada, pero estoy seguro de que ese niño no va a perderse por el camino.
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