sábado, 23 de junio de 2018

LA LEY DEL OLEAJE

El mar llegó a Alicante cuando las criaturas del agua
no tenían aún miedo de los nombres de la tierra.
Aquel mar ya trajo gotas de Quequén en la mirada
porque el océano era un futuro sin fronteras.

El pasado abril, desde Costa Bonita, España se veía
a lo lejos como una palabra muy pequeña.
Un lunes se recibió ella de doctora en biología
y el martes ya viajaba al congreso europeo
de las ascidias mediterráneas.

Él miraba desde la ventana el torpe desempeño
de los pescadores aficionados en las rocas
cuando se precipitó, sobre su muñeca izquierda, la hora
de recoger a los expertos de la Universidad de Buenos Aires.
Temió en el último instante que tomaran
su bajo rango en la organización
como una falta de respeto.

Pero, enseguida, notó cómo ese malestar se derrumbaba
mientras ella le estrechaba la mano.
Sus dedos rompieron a gritar que no era una desconocida
y leyó, tras sus lentes de allá, el verso más cercano.

No le contó nada pero él supo lo que, en ella,
quedaba de la niña que escondía a la noche del faro.
Aquel domingo no fue triste en Alicante.
Uno de esos días en que la ley del oleaje
hace que se crucen dos caminos.

Compañías que, haciendo nada, convierten
el corazón en una bahía de los vientos favorables.
No le contó nada pero ella supo cuál era
la cura de sus naufragios incurables.

No hay superficie que detenga el vuelo de los labios
de una boca que sabe lo que es haber tocado fondo.
Los peces que se marchan para siempre del amor
son los que acaban por regresar más pronto.

Ella volvió a Quequén y él se quedó en Alicante,
es decir, permanecieron juntos allá, donde
los sueños quedan a la vista al retirarse la marea,
donde las criaturas del agua están a salvo de la tierra.





sábado, 16 de junio de 2018

LA MANADA

En la manada no hay hombres ni mujeres,
hay machos y algunos tienen cuerpo de hembra.
Hay códigos. Hay penas. Hay jolgorio.
Hay prejuicios que terminan siempre en una sentencia.

En la manada hay una víctima en serie.
Hay depredadores. Hay intimidación. Hay violencia.
Hay transeúntes que sospechan de un suspiro.
Hay transeúntes que empatizan con la fiera.

En la manada hay estudiantes del derecho de pernada.
Hay vampiros a los que corre burundanga por las venas.
Hay estómagos dispuestos a tragarse una coartada.
Hay coetáneos con el siglo doce entre las piernas.

En la manada hay un retrato de nuestra oscuridad.
Hay un aullido coral de nuestras miserias.
Hay una niña que clama en el silencio
de una península desierta.


sábado, 9 de junio de 2018

HAY VIDA EN UN VASO DE AGUA

Pasó por mí todo un verano
en el tiempo que fue
desde la primera a la última vez
que te miré aquella noche.
Te había mirado otras veces antes
pero nunca había visto desaparecer un sábado
en la tormenta de una expresión facial.
Y, bien, a la vista está que yo
nunca he vuelto a acordarme de aquello
pero no he podido olvidarlo jamás.
Esa imagen tuya va a acompañarme
en mundos enteros que no voy a habitar.

Muchas veces, antes de dormirme,
pienso que no es tan necesario ver el mar
si mañana voy a compartir contigo un vaso de agua.
Y, ahí, sí soy inflexible.
Ahí no pienso dejar correr una gota de ti.
Porque, incluso para alejarme de ti,
te necesito de mi lado.
Sumarme a ti y dividirnos entre dos
lo primero que nos pase por la cabeza
antes de atravesarnos el corazón.
Muchas veces, antes de dormirme,
calculo a ojo el ángulo
que forman tus labios al decir mi nombre
y, ciertamente, no me importa el resultado.

Pero tan es así que, normalmente,
antes de llegar a dar una cifra,
me despierto con tu nombre entre los brazos.
Vamos, nada que no sospeches
con la punta de tus circuitos neuronales.
Lo que tal vez no sepas
es que salgo por piernas de mis sueños
para escuchar la lengua de tus gestos cotidianos.
Ponerme de tu parte cuando te molesta el sol
al abrir una ventana a la esperanza.
Quitarte la razón cuando piensas que estás sola
para levantar el peso de otro invierno.

Yo, por mi parte y es curioso,
sólo tengo frío cuando tú te quedas en silencio.
No es que signifiques mucho para mí,
es que, sin ti, me veo tan poco sentido...
Tan poco que más de un médico me dijo
que en esos periodos mi corazón
se vuelve una víscera fuera de contexto.
Por todo lo expuesto, te pido
que nada detenga tu boca sin fin,
que me des la mano cuando el suelo se mueva,
que, cuando algo se rompa dentro de ti,
cuentes conmigo aquí, fuera.