Tema uno. El gesto que pones cuando no me entiendes.
El calorcito con que das los buenos días.
La historia contemporánea de tu melancolía.
El dedo corazón con que me quieres.
Tema dos. El alma que te desborda la biología.
El sonido a verdad que tus ojos desprenden.
La lengua de signos de los pueblos de tu mente.
La medicina que ejerce, sobre mí, tu compañía.
Tema tres. El miedo de niña en el sueño de tu vientre.
La normativa inexistente de tus fantasías.
El autorretrato desnudo de tu alegría.
La ciencia oculta por una prenda con suerte.
Tema 4. Tus pechos, exponiendo dos teorías.
La belleza del contenido de tus continentes.
Tu sonrisa como el corazón de mi especie.
Tu boca como el polo opuesto de la mía.
El hombre que lo olvidó todo
había llegado al trabajo como una gota de agua.
Cobraba el sueldo de una empresa de mierda
que hacía giros en divisas a países
que, la última vez que miré el mapa, no existían.
La negligencia era su imagen de marca
pero, aún, culpaban a Zapatero de su negro balance.
No era una excusa. Se creían, sinceramente, víctimas.
Aquel mayo había sido un abril de nervios y voces.
Menos la antitabaco, querían cumplir todas las leyes
pero, hostia, la verdad es que no sabían.
Conclusión: no sé si fue la agencia tributaria
la que les cascó un expediente sancionador
a mano abierta, a puerta cerrada.
El hombre que lo olvidó todo
aún no había olvidado nada
cuando salió de su despacho con varios documentos.
Se dirigía a resolver un problema que se inventó,
hacia el mar en que desembocaba el pasillo.
¿Había una razón para levantarse al alba?
Si la había, verla a ella era ese motivo.
Su lengua era un chiste preparado.
Eran más de las once pero sabía
que no amanecería mientras no sonriese.
Ésa era su misión de lunes a viernes:
traer la luz a ese rincón perdido de occidente.
La realidad es que sus chistes, como todo lo negro,
habitualmente lo que provocaban en ella
era una mueca de miedo en el estómago.
Pero, afortunadamente, eso él no lo sabía.
Cuando atravesó la puerta,
ya era el hombre que lo olvidó todo.
Su nombre no le concernía, las normas
que tantas veces impuso factura en grito
le resultaban un idioma terroríficamente nuevo.
Ella sintió pena porque pensó que bromeaba
pero, enseguida, se dio cuenta de que sus ojos
le tocaban como a una extraña.
La fotocopiadora le parecía un avance insospechado,
sus compañeros eran enemigos recién nacidos,
el correo electrónico era un canto al disparate.
El personal de la empresa se sintió unido
por el más humano de los pánicos animales.
El caos se extendió como un rumor azul.
Cuando se abrió la puerta del despacho de su jefa,
ésta guardó, precipitadamente, en su bolso,
un descuento en ingles brasileñas.
Aunque la vida ya le había hecho abuela,
era cliente habitual del garito depilatorio.
Pero, afortunadamente, eso nadie más lo sabía.
Sus gafas heridas por la niebla
habían visto horrores,
dos de sus nietos eran ñetas y, sin embargo,
también ella se asustó cuando vio que ya era
el hombre que lo olvidó todo.
No recordaba el procedimiento básico
ni el antiguo régimen ni la nueva ola.
Sin rastro de sus contraseñas. Sin pistas
del lugar en el mundo que ocupaba su coche.
El viento susurraba un lejano qué te pasa.
Volaban los diagnósticos apresurados:
golpe en el parietal, estrés, cuento,
patatús, virus, pitopausia, bacteria,
ataque de locura, recuperación de la cordura,
viaje extrasensorial, falta de sueño.
Palabras huecas que no acabaron con el misterio.
Pero me temo que la respuesta es cuestión de tiempo.
Lo temo. Sí. Lo temo.
El ser humano vive de CO2 y de interrogantes.
La vida humana brotó de la incertidumbre
y se acaba con cada respuesta que buscaba.
¡Que el cielo nuble esta investigación!
¡Que nadie despeje la incógnita
del hombre que todo olvidó!
La pobreza huye, en secreto, de los barrios pobres.
La necesidad se busca a sí misma en otros dedos.
Dedos que no sabían que comían por boca de otros.
Cuartos menguantes, nuevos pobres, clase media.
Lo primero es la derrota, después vienen las guerras.
Llueve el spoiler del final de la lucha de clases.
Pisos desahuciados de la gente que llevaban dentro.
Mendigos brindando por la recuperación.
Candidatos en serie. Sinvergüenzas cum laude.
Los dioses hacen cola para tutear a don nadie.
La felicidad es una trola macroeconómica.
El alma se jugó el físico en el parqué
y perdió las certezas que llevaba en los bolsillos.
Filtradores de lo evidente. Chotas de sí mismos.
Meritócratas de la mediocridad.
Monarcas de partido.
La gente es una península arrojadiza.
Maquiavelo es un profeta arrepentido.
No has vivido si no has mentido en una encuesta.
El problema soy yo, eres tú, vecino.
El político al que criticamos somos nosotros mismos.
Hay camas que descansan bajo el peso del deseo. Hay bañeras que persiguen el puerto humano. Hay mesas que sostienen las palabras con las manos. Hay puertas que guardan rencor con furia de madera.
Hay teléfonos que no saben esconder ningún secreto. Hay ventanas cuyo cristal es una promesa rota. Hay espejos que miran y se ponen las botas. Hay neveras que saben qué hacer con un fiambre.
Hay coches que no encuentran las llaves de casa. Hay vasos que, sinceramente, no tienen buen fondo. Hay cuadros en los que late un corazón redondo. Hay cajones que se lanzan de cabeza al vacío.
Hay paredes tan majaras que oyen voces. Hay relojes que se desmarcan de mañana. Hay alfombras que esconden besos con telarañas. Hay esponjas que se mueren por que tú las toques.
Hijo, no se te ocurra seguir los pasos de tu padre
por lo que llamamos los cobardes vida real.
Sigue hablando en sueños, sigue siendo un gigante,
sigue queriendo como un salvaje de mazapán.
Hijo, huye con Daniela de la ley de la gravedad,
ningún salto es mortal si un beso cae de pie.
Que tu padre no te domestique la curiosidad
cuando saques a gatear las letras de mil por qués.
Hijo, colma el vaso del percentil de la sonrisa,
rejuvenece deprisa, atrasa el reloj.
Mi tierra es el suelo de allá por donde pisas
y el cielo, pizarra que precisa manchurrón.
Hijo, no confundas la historia con el pasado
y, en papel de regalo, escribirás tu biografía.
Cuando amurallen la alegría, da un buen salto.
Cuando llegue el precipicio, no sigas mis pasos.
Es en tus pechos donde yo padezco del corazón.
Es en tu boca donde quieren cantar mis besos.
Es en tu hombro donde sueño anatomía.
Es en tu vientre donde guardo una erección.
Es en tus dedos donde toco la alegría.
Es en tu pelo donde encuentra cuerpo el viento.
Es en tu mente donde salvo la cabeza.
Es en tu piel donde la fruta huele a mediodía.
Es en tu vagina donde quieren morir mis certezas.
Es en tus ojos donde este verso nacerá.
Es en tus pies donde empiezo a quererte de puntillas.
Es en tus labios donde más temo mi torpeza.
Es en tu lengua donde toman color mis mejillas.
Es en tus muslos donde fabulo la teoría del amor.
Es en tus manos donde dejo mis manos
cuando no soy otra cosa más que lo que siento,
cuando apenas soy yo.