extremidades, nombre.
Nada más. Nada.
Algún ladrido
que resume, lejano,
lo que no entiendo.
Nunca como hoy
me sentí en las manos
del amanecer.
Intento rugir
pero soy un depredador
sin objetivo.
Identificarme,
distiguirme del otoño
no resulta fácil.
¿Dónde voy a ir
si los poetas saben
que no soy uno de ellos?
Voy a quedarme
donde las puertas cerradas
me derriban.
A merced del viento
que sale de tu nariz
cuando no hablas.
Sólo he estado
cerca de la poesía
fuera de mis versos.
Y, sin embargo,
pueblo de mis estrofas
tu ciudad
mientras se queda
mi universo lírico
sin habitantes.
A ninguna parte,
prosa kilométrica,
llevas nunca
más que a un lugar
del que las palabras
no saben regresar.
Escribo con la sed
del que sólo conoce
el papel mojado,
por caminos transitados
por otros que tampoco
dan con el camino.
No me preguntes
el motivo, entonces,
de perseverar,
de caminar
hacia las llamas
de lo inútil.
No me preguntes
porque desapareceré
en la respuesta.
Hasta entonces,
llamaré poema
a este canto gris
mientras persigo
que la música, por fin,
brote de mis manos.
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