domingo, 24 de noviembre de 2019

ME LLAMO SOLEDAD

Me despido de las chicas con un abrazo que multiplica por dos cervezas (más el vino de la cena y tres copas) el abrazo que les di al empezar la noche. No quiero que Nuria me acompañe. Improviso una excusa para poder irme sola y, en cuanto lo estoy, me coloco los auriculares. La música, y no los pasos, es lo que me está llevando a casa.

También noto cómo el alcohol toma la capital de mi libido. No veo el momento de meterme en la cama y que todo se convierta en sexo, que estalle tan fuerte un orgasmo que nadie en el edificio pueda creer que sale de mí sola. Me llevo un cigarrillo a la boca para que contribuya a aplacarme por ahora, pero no encuentro el mechero. No tengo tantas ganas de fumar como para pedirle fuego a alguien. Además, los fumadores no es que abunden ya precisamente.

Desde la acera, veo pasar un coche rojo a mucha más velocidad de la que puedo calcular. Giro la cabeza para ver cómo se aleja. Además, me ha parecido ver a un hombre caminando al principio de esta calle en la misma dirección que llevo yo. A ver... Sí, así es. Casi me pasa desapercibido, pero ahora espero que desaparezca pronto por una de las perpendiculares. Aparto la mirada de él y retomo la marcha. Aunque lo intento, ya no soy capaz de seguir la canción que los auriculares llevan a mis oídos.

Vuelvo a girar la cabeza. Sigue ahí. No hay ningún motivo para preocuparme por la presencia lejana de un señor que, probablemente, no se habrá dado cuenta siquiera de que estoy aquí. No lo hay, pero...

Me quito los auriculares porque la sensación de aislamiento del entorno me tenía a merced de la nada. O, lo que es lo mismo, me tenía a merced de todo lo que soy capaz de imaginar. Ahora sólo oigo el sonido de mis tacones como los tambores de un ejército en retirada que no puede huir lo suficiente. No hay nadie más en la calle. ¿Dónde está el resto del mundo? No es tan tarde.

La distancia entre nosotros ha disminuido, pero aún no puedo distinguir sus facciones. Sí distingo que viste una sudadera negra con capucha y que la lleva puesta. No llueve. Es inquietante que alguien lleve capucha cuando no llueve. No traerá buenas ideas cuando se cubre. ¿O se trata de una moda? Los chavales van así ahora, ¿no? No sé. No puedo pensar. Me estoy meando. Mucho.

La calle aquí solo deja un camino. Ninguna perpendicular cruza la avenida desde aquí hasta mi casa. Además, la acera por la que camino es la única posible. Unas obras impiden acceder a la de enfrente. De todas formas, cuando pude hacerlo, tampoco cambié de calle o de acera. No quise arriesgarme a empeorar mi situación. Si él hubiera tomado el mismo camino que yo, me hubiera cagado de miedo. Hay luz en el mercado. Dios, qué alegría. Intento girar el pomo. No puedo. Tiro de él. No se abre. Empujo la puerta. No se abre tampoco. Reemprendo con prisas el camino. Miro disimuladamente y, lógicamente, él está más cerca.

¿Por qué no me habré ido con Nuria? Voy a llamarle por teléfono. No va a cogérmelo. En realidad, es igual. Lo importante es que él crea que estoy hablando con alguien. Basta con acercarme el móvil a la oreja. Meto la mano en el bolso mientras ando deprisa.  No lo encuentro. Tiene que estar bajo el tabaco. No lo encuentro. Remuevo enérgicamente con la mano el paquete, la cajita de maquillaje, el pañuelo, los putos auriculares... No está.

Le examino visualmente otra vez. La verdad es que el tío parece tan pancho. Avanza con toda la tranquilidad. Tiene pinta de persona normal. Bueno, ¿y qué? Si quisiera violarme, no iría anunciándolo con un cartel. Venga, ya queda poco. Se ve mi casa. Inicio un leve trote como quien no quiere la cosa. Con los tacones es imposible. Me tuerzo el pie izquierdo. Me quito los zapatos y troto descalza. Imposible, me duele el tobillo. Vuelvo a caminar.

Aún así, avanzo a buen ritmo. Voy mirando el suelo. Me concentro en ir lo más rápido que puedo.  Pasar frente a fachadas y escaparates tan familiares para mí me da una inyección de moral. Llego a mi portal. Subo el escalón. Busco las llaves en el bolso. No las encuentro. Tienen que estar bajo el tabaco. No las encuentr... Sí, sí están ahí. Meto la llave en la cerradura. Buenas noches, escucho. Buenas noches, digo inmediatamente. Me quedo paralizada tres segundos. Consigo volver ligeramente a la cabeza. El tipo de la capucha sigue su camino con la misma pachorra que percibí antes. Entro, viajo en ascensor, abro la puerta de mi casa y me siento, a tiempo, en el váter.



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