viernes, 6 de noviembre de 2020

EL MILAGRO DE NOCHEVIEJA

Algún día tendré que hablar del milagro
que, en la nochevieja de dos mil uno,
vi llevar a cabo como si nada a aquél
que, entonces, conocíamos todos
como el pirata rubio del sarao.
Sin embargo, no es éste el momento.

No. No lo es, no.
Éste es el momento de que tú me cuentes
el problema que nadie te ha visto
bajo las hojas de palmera de tu sonrisa.
Es el momento si te parece que eso
puede mitigar el invierno
que quizá sientas en el estómago.

Deja claro
a las diferentes ramas de la historia
que ningún acontecimiento
tiene la trascendencia de la derrota,
aun momentánea, de tu ánimo.

Del mismo modo
si no es un contratiempo ni el cansancio
lo que te corre por dentro.
Si es hambre de incendios
o si es euforia contenida
o, incluso,
si es algo que no consideras importante,
mi deseo más perenne
es que me hagas partícipe
del porvenir de la lluvia.

Y digo más. Que tu boca me muestre
lo que te mueve el corazón.
Porque sé dónde van y vienen tus pies,
pero hay días en que el amor
es que me confíes dónde no estás
y que yo cierre los ojos
y apriete los dientes
para permanecer allí, también,
contigo.



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