viernes, 6 de noviembre de 2020

Y YO, CON UNAS DÉCIMAS



Pasé la primera mitad 
de mis cuarenta añitos 
en estos versos escritos
cuando ya no tengo edad.
Empaté la virginidad
en el último minuto.
Pude recoger el fruto
de no sembrar ventoleras.
Eran blancas mis banderas.
Ni fui César ni fui Bruto.

Después, descubrí la cura
de la eterna juventud,
perdí en otros mi salud,
me di prosa de sutura.
Tomé la lección más dura
de un linfoma criminal,
aprendí los dogmas del mal
en un pronóstico grave.
Cerré la fe con la llave
de la puerta del hospital.

Ahora, soy el futuro
de los verbos de mi madre.
Busco un perro que ladre
luces del amor oscuro
que iluminen el muro
que nos une y separa.
Llevo bajo de mi cara
mi rostro hecho pedazos.
Munición de tus abrazos
es lo que uno dispara.

Ahora, soy el pasado
de los cuerpos de mis hijos,
un corazón con sufijos,
un niño multiplicado.
Ahora, soy resultado
de los sueños de mañana,
tiempo nuestro de manzana,
inventor de un verano
en que mueven al gusano
latidos de la gusana.

No me busques fuera de ti.
No estaré en un cajón.
No brillaré en el neón.
No, nunca me busques allí.
Busca en lo más hondo de mí,
en tu miedo, en tu risa,
en tu mente insumisa,
en tu mirada sin techo
cuando el sol de tu pecho
te salta por la cornisa.

No echo de menos el mar,
extraño a muchos peces.
Querer es vivir con creces
y, de pronto, hay un hogar
en cualquier rincón del lugar
donde a uno le quieren.
Las muertes, máximo, hieren.
Morir, sólo si tú matas.
Sólo cuando me desatas
y tus lazos se me mueren.



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