El niño que llevo dentro es un adulto
que suspende todos los exámenes de conciencia.
Para mis penas no existe indulto
y lloro la última gota de inocencia.
La infancia no se pierde por más que te la roba,
cada día, el canto de sirena de la muerte.
Palabras mayores pero la misma boca
que aprendió a callar la lengua que el pecho entiende.
La gran bola azul no es más que un jardín
donde cada flor es un animal ensimismado.
Como todas las cucarachas, yo sobreviví
cuando deshauciaron al último ser humano.
Escribir es escucharse a uno mismo demasiado,
conviene echar un borrón en otros labios.
El peligro de crecer es creerse demasiado alto,
conviene rodar por los suelos de vez en cuando.
Metimos en un geriátrico eterno
al anciano hechicero de la tribu.
En la cámara de gas arde el invierno,
muriendo -poco a poco- en nuestros cuerpos
... el dinosaurio aún estaba allí
pero no encontró ya a nadie despierto.
Donde estuvo el cielo de Madrid,
algo oscuro nos mira con desprecio.
Pensar que proviene de nosotros
la lluvia que ha podrido los derechos...
somos niños que hemos roto
el único tesoro del abuelo.
Sonriente y a la espera de juicio,
Ícaro sueña con hacer aeropuertos.
Al banco lo que es del césar sometido,
a Dios le han distraído el séptimo mandamiento.
La puerta se cerró como si todavía
quedase algo que defender de una amenaza. Volver a casa no es esta travesía
por pasillos de recuerdos en llamas.
Ya ni tu ausencia me queda entre los dedos.
Cada día es algo que se me arrebata.
La vida es el curso del pez varado.
Tu muerte es el estado de mi ánima.
Cuando lo oscuro se hace palabra,
¿quién entiende el idioma del superviviente?
Nada vuelve ya a estar en calma
cuando el viento te porta entre sus dientes.
Me es ajeno el propio amor,
no hay senda si no hay destino.
La vida mide el dolor.
Tu muerte convive conmigo.
No hay vencedores ni vencidos. Dijo solidariamente el vencedor
mientras yo, el vencido,
agaché la cabeza con melancolía
porque, al menos yo, sabía
que, tal vez, no hubiera vencedores
pero era seguro que había vencidos.
Queda el sabor a carcajada de unas cañas.
Queda el bocado de una sonrisa sin dientes.
Quedan las excepciones y los goles por la escuadra.
Queda la bandera blanca de un baño caliente.
Queda un arrocito de padre y muy señor mío.
Queda escuchar nuestra canción con oídos nuevos.
Queda brindar aún con el vaso medio vacío.
Queda el escalofrío de besar con fuego.
Queda cumplir sueños en las nubes de tu cuerpo.
Queda mirar al espejo con buenos ojos.
Queda luchar contra sus molinos de riesgo.
Queda acatar el mandamiento de los antojos.
Queda lo que de la luna hay en la tierra.
Queda el patrón que desmanda al marinero.
Queda el colmillo que deserta de la sierra.
Queda el sol que se amotina contra enero.
Ponle algunas normas
al país nocturno
de tu desnudez.
Ponte un beso mío
donde lo creas oportuno.
Ponle tu piel
a las manzanas rojas
de mi tentación,
pon una granada
de carmín explosivo
en mi razón,
ponte en marcha
y convierte en cenizas
el siglo ventiuno.
Pon algo de ti
en la mujer eterna
que te sostiene el nombre.
Pon una sonrisa
en el mapa facial
de tu tristeza.
Pon la medianoche
en el centro neurálgico
de tu vientre,
pon tu cuerpo
y sálvame con él
de la intemperie,
pon a este hombre
en el hogar salvaje
de tus cavernas.
Ponle sentimiento
-por favor no lo olvides-
a tu presente de indicativo.
Ponte a salvo
de los besos que no dejan cicatrices.
Pon punto y seguido
detrás de cada marzo,
pon -desde la cama-
tus medias color grana
sobre mis zapatos,
ponme cada gesto tuyo
sobre cada gesto mío.
Aburrida y sin zapatos,
encadena, uno tras otro, cigarrillos
como el día tras el día.
El fuego que muere
nace como un sol que es el mismo.
La cruda realidad y su marido
le acompañan, otra noche, en el sofá.
Él duerme. Ella no.
Ella es feliz pero no lo sabe.
Sensible y con la vida resuelta,
en la extensión vasta de sus sueños
todo el pueblo pasa hambre.
Ha leído en su diario
que está enamorada de alguien.
No lo recuerda. No consigue acordarse.
Besa, educada, los labios de su marido.
Cuando los besos ya no dicen nada,
besar es la forma más cruel de callarse.
Vulnerable y sin un gramo de celulitis.
En el cruce de caminos de sus soledades
se extinguen las especies
y la ropa interior de encaje.
Su amor es eterno, como una fotografía
donde ya no sonríen las sonrisas que se muestran,
donde ya no existen los personajes.
Eterno, como una cripta de vampiros
donde no muere ninguno ni queda vivo nadie.
Puñetera y con el pelo recogido.
Yo le comparto el pan, la cama y los recibos,
cada pétalo de la flor muerta del calendario...
pero ella está sola cada segundo.
Yo la contemplo desnuda como un sol que es distinto.
Ella, ni una inquietud, ni un nuevo día al desnudarse
ante los ojos amantes de su marido.
Sé cuánto me ha querido.
No lo recuerda. No consigue acordarse.
Poema galardonado con el primer premio del XXVIII Certamen de Poesía del Molino de la Bella Quiteria de Munera.
La mujer,
el mar que le han salido pechos
o los pechos volando a ras de mar
o el alma que ha encontrado hogar
o el alma que ha perdido el miedo.
La vida,
algo entre un llanto y otro llanto
o flor de un día cualquiera
o el verbo ser paseando por la acera
o el invierno soñando el sueño de una noche de verano.
La muerte,
un fueraborda que naufraga en el cabo de Buena Esperanza
o The End golpeando con verdades como puños
o la imperativa lógica del absurdo
o el sueño eterno vagando por la nada.
La soledad,
ella que le ha desaparecido el nombre
o todo lo que fue ella o todo lo que ella esconde
o ella que me ha dejado la saudade
o ella que ya no es ella o yo que ya no soy nadie.
La rutina,
la fotografía póstuma del fuego
o la fruta de la pasión guardada en la nevera
o el aguardiente que se hiela
o el código civil civilizando la ley del deseo.
La belleza,
tu silencio de formas turbulentas
o la voz que echas a andar sobre la cama
o el juego que te traes con la madrugada
o la virtud que muere todas las primaveras.
La verdad,
bien pudiera ser lo que escribieron en la puerta del aseo
o el bocata de salchichón después del fútbol
o ese aburrido antónimo tuyo
o dile a Laura que la quiero. La mentira,
el porvenir de lo que es cierto
o las palmaditas en la espalda de dios padre
o la inexistencia de dios madre
o dile a Laura que la quiero. La locura,
el refugio de los cuerdos
o el pez bayoneta más la granada y los dos tigres
o todo lo que hasta ahora dije
o todo lo que ahora siento.
La (des)esperanza,
(la maldita cura de) la enfermedad del beso
o don nadie (perdiendo) su amor verdadero
o doña victoria en la cama (de don dinero)
o el sol (sin fuerzas ya para otro invierno).
Algunos nombres nombraron el amor
que me ha dejado con esta cara,
otros, el que no pude sentir,
el tuyo, el que no pude conseguir
por más -lo sabe el puerto cerrado
de tu habitación- que lo intentara.
Algunos nombres son un grito,
algunos nombres no me dicen nada,
algunos nombres me los quito de encima
de la punta de la nariz del alma.
Algunos nombres son bienvenidos
cuando sobran las palabras.
Algunos lugares me recorrieron de cabo a rabo.
Algunos lugares están a salvo de nosotros.
Algunos lugares son de otro
que, sin saberlo, me los deja prestados.
Algunos lugares son órganos de tu cuerpo,
otros lugares andan por ahí, bajo la lluvia;
otros me pegan tiros en la nuca
y los hay que tienen casa en el invierno.
A algunos lugares les pierden tus curvas.
Algunos lugares tienen complejo de país.
Algunos lugares sirven para vivir
y otros para poner la vida en duda.
Algunas fechas me pusieron fin,
algunas fechas nunca llegaron.
Cierto día de abril
es la noche que perdí de vista, gusto y tacto.
Algunas fechas unen manos, otras separan bocas.
Algunas fechas se sobreviven a sí mismas.
Algunas fechas sangran vino peleón por las heridas
y otras me arropan como madrastras de cuento chino.
Algunas fechas son el último día de mes.
Algunas fechas coinciden con la realidad.
Algunas fechas son pura coincidencia.
Algunas fechas son carne de nunca jamás.
Me gusta verla celebrando
los goles que le marcan a mi equipo.
Me gusta verla buscando
el sonido del mar en el fondo de mi ombligo.
Me gusta verla durmiendo a mi lado
como un caramelo desnudo de su vestido de papel.
Me gusta verla rompiendo en pedazos
los poemas que escribí antes de ayer.
Me gusta abrirle las ventanas y respirar,
veranear en los calores de su piel.
Me gusta verla bajando del tren.
Me gusta verla soñando
con que the bloody sundays dejan de sangrar.
Me gusta que se me abrace cuando tiene miedo.
Me gusta que no le dé miedo abrazarme.
Me gusta escuchar de su cuerpo
lo que el mar quiera gritarme.
Al lector que me creía muerto
en el último verso de mi último adiós
aclaro que, aunque ya se me paró el corazón,
corre la sangre todavía por mi cuerpo.
Apuesto por seguir viviendo
como la palabra escrita,
como el toro sangrante que espera
salvarse en el último momento.
¿Razones? Biología pura.
Un poco por falta de huevos.
Un poco porque abracé tu anzuelo
con los brazos de mi dentadura.
¿Razones? Un poco por costumbre,
un poco por perder los nervios
escribiendo la incertidumbre
y mala música de viento.
No culpen a nadie
de este punto final que se me viene encima.
Me voy antes de que ,Dios o la nicotina,
me inviten a marcharme.
No pierdan el tiempo en llorar
mi final de hoja hasta el peciolo de ser perenne.
Pongan más empeño, en cambio, en regar
esa mala hierba -buena gente-
que en los portales, cada noche, se les muere.
¿Mis razones? Abran los ojos.
Las calles son las páginas lúgubres de un periódico.
Todo es miserablemente cierto,
mi réquiem de música de viento.
¿Razones? Las del general desertor,
las de las ratas del barco,
las del lobo de mar de dudas
que se ahogó en un charco.
El bar con tatuajes de legionario.
El reloj parado en mil novecientos setenta y ocho.
El caliz de calimocho
donde sangra el cristo de los solitarios.
El rincón del amor arrinconado.
Altas finanzas. Bajas pasiones.
Larga vida a sus majestades, los mejillones:
Paco monta, monta Santos.
El as de vasos mal lavados.
El bocata psicópata de calamares.
Desterrado el derecho de admisión.
Un pesado se arranca por soleares.
Se acabó lo que se daba por perdido
cuando ni nosotros estábamos de nuestra parte.
¿Dónde caeremos muertos los jovencitos
que envejecimos en el bar
con más horas de vuelo de Alicante?
El miedo. El miedo nos encierra fuera.
Lejos. Mirando un nubarrón de llanto.
El miedo habla con ladrido que se acerca
al triste evadido del rebaño.
El miedo quema los puentes de regreso.
El miedo es lluvia pasada en los zapatos.
La nada que, en fin, cae por su peso.
El beso que le dimos a un retrato.
El miedo es desamor propio.
El miedo es pan sin cuerpo.
Crea dioses. Recibe votos.
Ciega el ojo de los tuertos.
El miedo nos salva la muerte,
nos da gato por vida.
El miedo es silencio de valiente,
sangre futura de esta herida.
José Emilio Ruiz ha venido
con un pan debajo del brazo.
Corrección: el susodicho es pobre
y los pobres nacen sin ombligo,
con un mendrugo en el sobaco.
José Emilio Ruiz es un niño.
Aclaración: los pobres no tienen infancia.
Sencillamente, no son hombres todavía.
Juegan a guardar la ropa
de los que nadan en la abundancia.
José Emilio Ruiz es adulto.
Puntualización: los pobres no cumplen años.
Sencillamente, son hombres que pudieron haber sido.
Se van dejando la vida
donde siempre amanece más temprano.
José Emilio Ruiz ha fallecido.
Profesión de fe de erratas:
Los pobres no fallecen.
Ni siquiera mueren.
Los pobres se sobremueren a sí mismos.
En el punto medio está la virtud
de un dilema de leche.
Dos balas de plata de ley del talión
disparan a todo lo que las mueve.
Negro de luna tan fugaz
como dos vidas, gatas siamesas.
Dos rosas frente a tu espina dorsal,
levante y poniente, chiquillas traviesas.
Apellido y apellido. Par simpar.
Secretos contra natura. Verdades desnudas
como puños sin guantes que respetar,
olas de calor que la piel te ondulan.
Hermanas carnales. Islas venéreas.
Américas descubiertas de su brassiere.
Son nada más que una leyenda... hasta que encuentran
donde, cuando, como, quien.
Las carreteras de Castilla están llenas
de todo menos de Castilla.
Llenas de matrículas de tan lejos
que cada uno está en su hogar
y todos lo echan de menos.
Llámalo soledad
o llámalo área de servicio.
Hay quien viaja por ganarse el pan,
los hay que por ver y no ver mundo.
Yo viajo por mear fuera de casa.
Cuando el reloj marca el momento
en que cualquier hostal
no parece mal puerto,
la carretera -huella de los pasos
de una torre, un mal fario, una iglesia-
de pronto ha muerto sin mirar atrás
y me ha dejado viudo aquí, en Toledo.
Frío observador, observo tu vida conmigo.
Es, eres, soy una vida que acepta mal
la comparación con un ser vivo.
Seamos justos, no nos ponen zancadillas
ni conspiran palabras que inventamos.
Somos nosotros, verdad sobre el mapa,
los que somos cuanto veo, el extraño
en que me he convertido al perseguirte,
libro abierto como una herida en nuestro cuerpo.
Nosotros, patria del otro,
metro setenta que nos albergo,
consorcio que está solo.
Yoes una habitación con vistas a su ombligo.
El otro soy la luz que se ve desde la prisión,
ése que ya se ha ido.
Frío observdor, observo mi vida contigo.
La vida real
es el último tesoro
que no hemos perdido todavía,
los sueños que caen, dos veces al día,
al agua maldita del inodoro.
La vida real
nos sangra el cero negativo
con que entra la letra de la hipoteca,
los perros de peluche desnutridos
no tienen sitio en las casas de muñecas.
La vida real
fluye por los kleenex, los vasos, el matadero,
dibuja manchas sobre el mono azul desteñido,
pasa la tarde en los ceniceros,
cumple años descumpliendo lo prometido.
La vida real
tiene barriga,
no es un héroe y está calvo,
casi nunca se queda con la chica,
casi siempre pierde con el malo.
La chica pintada en la puerta
la vio entrar, aquella mañana, en el aseo de las chicas.
El tiempo se mide de otra manera
cuando los nervios entorpecen la tarea,
contraen el estómago y congelan la saliva.
Recompuesto el vestido, salió tomando aire.
Escaleras arriba, esperaba la segunda planta del juzgado.
Peldaño a peldaño, iba bailando sin saberse el baile,
iba pensando en algo (vosotras, lectoras, sabréis disculparme),
que un hombre no comprende demasiado.
A esas alturas, su corazón
no era tan valiente como su mirada.
¿Conocéis la secreta insatisfacción
que embarga a uno cuando ya casi consiguió
aquello que tanto deseaba?
Ten cuidado. Si octubre es hombre muerto
cada vez que llega el invierno,
es porque hizo siempre lo que debía.
A pregunta de la autoridad dijo apresuradamente sí quiero.
Ya habría tiempo de saber qué era eso que tanto quería.
No de los tambores sin alma del corazón
sino de los ojos con que me ves con otra cara.
De una fase del sueño en el que los dos
volveríamos a ser los de la mañana.
De la mano que te une a casa.
Del pecho impelido al propio grito.
De tu vientre escrito con mi palabra.
De mi frente con marcas de te necesito. Del dedo que recuerda haber vivido.
De la cintura que gira alrededor del sol.
De mis labios con sed, con fe, contigo.
Del turbulento camino a tu interior.
Del cosmos de tu piel o el fin del mundo.
De los besos que te saltan en llamas de la voz.
De la lengua que derrama ahora profundo.
No, el amor no es un asunto del corazón.
Durmiendo en la palma de la mano
de mi abuelo el ferroviario,
llegó ella a un trozo de terreta
una tarde que bajaba la marea.
Le amamantaba una manchega ciezana
que le daba una chispica de merienda.
Guardaban en lo más profundo de la maleta
el carnet sociata de la cachana
para que Franco no lo viera.
Cuentan los que vivieron los cincuenta
que, por esos mismos días, ya corría
el xiquet de la Merche bajo el sol de Carolinas.
Papá le hizo socio del Hércules
y le faltaban dientes todavía.
Aquella planta baja daba frutos
que la boca del alma se comía.
Permitidme que este verso guarde luto
a mi abuelo, con quien tanto quería
en la bola de oro del futuro.
Y, ya sabéis la afición que tiene el tiempo
de pasar, de jugar al guiñol con las personas.
El azar les puso a trabajar puerta con puerto
por aquel entonces en que España tomaba aliento
y Mike Keneddy, whisky con soda.
No sé cómo pasó, creo que tampoco lo saben ellos
pero las palabras que se cruzaban en el ascensor
fueron a convertirse en besos.
¿Hay mejor conversación
que la de cuatro labios abrazados en silencio?
Ella llevaba peinado de chica fina.
Él, la peluca que Don Miguel no aprueba.
Creo que estaba en una playa mallorquina
cuando dijo el Seva chato, mejor cortarse el pelo que cortarse la coleta.
Y, de pronto, estaban cortando el pastel
y pasando la corbata por las mesas
para pagar dos billetes de tren
con destino a un hotel
que cumple lo que prometen las promesas,
bajo la sombra roja de la Alhambra,
sombra roja de clavel.
Che viejos, veinticinco años no es nada.
Nada menos que todo eso que os queda dentro
cuando hoy, con cubiertos de plata,
os dais un atracón de recuerdos.
¿Vuestro secreto? Mañana.
Mañana también es vuestro.
Y hasta aquí puedo leer de lo que he escrito.
No corresponde al hijo de los novios
hacer crónica del matrimonio.
Sólo me pongo el sombrero y me lo quito
ante un amor del que soy socio.
Me dijeron que cambiara
y volví andando de París sin moverme de mi casa.
De mis errores aprendí
que fui más feliz cuanto más me equivocaba.
Y puse sobre mi cara fotografías de mi cara
y disparé sobre la fachada de un hotel cien guisantes.
Una bala por cada vez
que volvería a ser el de antes.
Y, otra vez, fui el próximo eslabón
y Trece fue el resultado
de multiplicar la eme por la ce al cuadrado
y ni la vida mi transformaba ni la muerte me destruyó.
Y soy el pan y el vino sabiéndose ellos mismos,
sin decirle a nadie que no fui nunca cuerpo y sangre.
Me parece que cada día vivo la vida en cualquier sitio
y vuelvo para morirme en Alicante.
Muchas veces he oído decir que es duro
tener delante, enfrentarse a una hoja en blanco.
¿Por qué? ¿Qué pueden hacernos los papeles mudos?
Las palabras que no existen no hacen daño.
Lo difícil es enfrentarse, tener delante
el documento legalmente promulgado.
Ése que -abracadabra- hace privatizarse
la nada que nos han quitado.
Lo difícil es enfrentarse, tener delante
el papel con ropa de domingo de ejecución,
el comunicado de plomo de la serpiente,
el artículo canalla que nos quita la razón.
Lo difícil es oír, nombrándote en silencio,
la voz con bigote de la lista del paro.
Pido un deseo -qué daño pueden hacernos-,
pido un otoño de hojas en blanco.
Que baje. Que baje Dios y lo vea.
Que vea que ya nadie está sobre todas las cosas.
Que nos vea pronunciar en vano la memoria
de un nombre, una mano, una fecha.
Que nos vea excitar manzanas con los dientes.
Que vea que la otra mejilla no es siempre la nuestra.
Que vea que ninguna prójima consiente
que su prójimo la posea.
Que nos vea pecar de pensamiento.
Que nos vea mentir al confesar.
Que nos vea rezar juntos el credo
cruzándonos el dedo corazón.
Que nos vea esquivando los rayos del diluvio.
Que vea el análisis químico de una oblea.
Que nos vea cometer actos impuros.
Que vea. Que baje Dios y lo vea.
El presente es una foto matona
en la que no salgo tan favorecido como creo.
Ojeo la luz de mala estrella desde las sombras
y parece que me oyera cuando leo.
Quiero hacer poesía
y no, ser poéticamente correcto.
El estante de éxitos de la librería
no vale las cuentas de vieja de un soneto.
Dices que ya no soy como antes.
Eres tú quien ahora me ve desde lejos.
Dices que he vuelto a disfrazarme.
Me reconocerías si apartaras la vista del espejo.
Y me verías solo (ergo mal acompañado)
sobre un papel no reciclable.
No me adecentes ni el sonido de una hache,
mis versos gustan de llevar el pelo despeinado.
Después de ganarte siete vidas
currándote los tocamientos del rey Midas,
te largaste a gatas
y le dejaste bailando con nadie
hasta las trece de la madrugada.
No sufras, a los maduritos interesantes
no les faltan señoritas interesadas.
No hay noche que estos ojitos que te hablan
con voz en off metomentodo
no le vean desenvainar el codo
para labrarse una posición en la ruleta,
sobre la mesa de poker del lupanar,
y liarse a golpes con cualquiera
con los puños de una mano de black jack. Pierde ahora lo que antes costabas.
Tiene ya demasiados años de juventud para servir
a una fámula de la fama que no es honor.
Está muy vivido para vivir
con la actriz mona que te interpretó.
Bajo tu cuerpo, flor exclusiva de cachemir,
tu alma es una prenda de imitación.
Cuando tú piensas en él
pones la mirada con desdén
sobre la imagen en blanco y negro que conservas.
Miras como el país vencedor de la guerra
contempla el territorio vencido y cansado.
Presurosa, apartas el corazón de la cabeza
e imploras al otoño que absuelva
las hojas doradas de tu calendario
Es extraño -no por infrecuente-
cruzarse en la calle
con un desconocido que antes no lo era.
La vida -larga acera-
puso gente, humo, disfraces
de alquiler demasiado caro
entre todo lo que fuimos,
entre dos nadas al fin y al cabo.
Un encuentro con el pasado
deja el presente perdido
de manchas en los ojos.
La mirada atrás no ve,
recuerda haber visto.
¿Qué hay de aquel amigo,
esa novia, ese primo, esa vecina
en la persona con que dimos
a la vuelta del destino y de la esquina?
No queda rastro de la cálida voz
-que era suya de tan nuestra-
en la gota fría que nos llega al corazón
mientras buscamos tema de conversación
en la punta de la lengua muerta
que perdió el habla cuando resucitó.
Nos damos la mano
y aceptamos a regañadientes el regalo.
Intercambiamos dos besos
y los dos sentimos
que hemos perdido con el cambio.
Y nos alejamos mirando al suelo
con algo de rubor en los bolsillos.
Con olor a podrido en los recuerdos,
un poco más ajenos a nosotros mismos.
Salta a la vista. Todo lo apunta:
las huellas dactilares de mis labios sobre ti,
las prendas de tu desnudez con manchas de mi sangre,
el testimonio de tu olor en mi nariz,
un dictamen de Perito en lunas y lunares,
la presencia in fraganti de mis dedos
en el lugar de tus hechos sexuales,
mis pobres ojos criminales cometiendo
el robo a mano almada de tu imagen,
mi soledad en paradero desconocido,
el móvil y la oportunidad en mi garganta,
mi corazón y demás objetos sustraídos,
la coartada deshecha de una sábana.
Salta a la vista. Todo apunta
a que sigue vivo el hombre que muere por ti.
Dicen que sólo vive aquel que tiene
algo por lo que morir.
I Un beso es un golpe de mar
en la boca del desierto.
Palabra de dos. Pan nuestro.
Un beso es el cuerpo de tu sabor.
Un beso es el amor que nos comemos.
II
No te quiero porque quiera.
No te quiero porque lo haya planeado así.
Te quiero porque no hay poeta
ni muerto que sepa vivir sin ti.
III
De ti desenterré todo lo mío.
Por ti multipliqué mi yo escuchimizado.
Sobre ti versan mis tratados
sobre las raras avis de mi nido.
A ti, al total de mis pedazos.
IV
Si algún día te despiertas siendo otra,
no te preocupes. Cada día te ha pasado.
Si algún día te despiertas siendo tú misma,
no te preocupes. Cada día te ha pasado.
Si algún día te despiertas a mi lado,
despiértame. Quiero seguir soñando.
V
Los defectos-frustraciones-miedos de uno,
que uno tan bien conoce
y que tanto mal le hacen a uno,
que provocan el sonrojo de uno,
que uno no es capaz de ocultar
y que son la causa de que llegue a odiarse uno... se quedan en nada cuando tú me haces dos, cuando me haces algo tuyo.
La guerra es un dinosaurio
que no quiere enterarse de su extinción.
La muerte, una orden de deshaucio
que acatamos sin darnos cuenta,
una loba que ahuyenta
a nosotros de nosotros.
La guerra es el fin.
Es el fin de la guerra contra la guerra.
Es el fin de la muerte de la muerte.
El que quiera morir apedreado,
que tire la primera piedra
porque la guerra se hace contra todos,
también contra los que no se hace la guerra.
La victoria y la derrota son dos dolores
de la misma herida de guerra.
Los señores de la guerra buscan tesoros
cavando oleoductos, fosas y trincheras.
¡Que la guerra se vaya en sus tanques!
¡Que Marte se vaya a la mierda!
El guerrero, cuando termina la guerra,
revive la muerte, muere la vida,
no vuelve del todo, se sienta y ojea
libros de historia fríos como tinta
y se arranca las medallas de la chaqueta
y pone dioses nuevos en la vitrina
y el desertor es su héroe de guerra.
No dan trece monedas
para hacerse buena prensa
ni para ganarse el perdón,
ni para media lección del maestro,
ni para editar el evangelio
según la traición.
Los gallos no cantan
cuando los hipócritas lanzan
la primera piedra con la voz.
No alcanzan trece denarios
para salir del armario
de los dejados de la mano de Dios.
Nada como un culpable
para, que, a la derecha del padre,
se duerma mejor.
¡A Barrabás! ¡A Barrabás!
se oyó a un capillita gritar
cuando alguien le preguntó.
¿De verás seré yo, maestro?
¿No será que los cielos se caen de viejos?
¿No será que los buenos
fueron peores que yo?
No dan trece talentos
para ganarse el perdón.
Bajo un sol que tiene la piel erizada,
la torre de Babel de cada esquina
no llega al cielo -ni falta que hace-.
Va de New York a Salamanca,
se mueve de Frankfurt a la China,
de Madrid hasta el mar de nuestra calle.
Antes que el dinero hecho ladrillo,
en cada esquina, un Carpanta
vivía en los escombros de su casa.
No sé muy bien quién apretó el gatillo
pero en el barrio quedó tufillo
a orden de desahucio bien pagada.
¿De qué iba a servir rezar
si Dios ya era una marca registrada?
Y se quedaron.
Con su presencia anónima de sociedades,
anónimas como lo inconfesable.
Mientras quede un cadáver,
nos quedará un hombre insobornable.
La vida es pagar letras.
La muerte, vencer demasiado tarde.
El corazón es un logotipo que descartaron.
¿Qué les importa lo que nos importa?
¡Ay de quien pronuncie su nombre comercial en vano!
Se mueven entre el mal y el bien ganancial,
el maleficio mínimo interprofesional
y el beneficio que les reporta.
¿Qué nos importa lo que les importa?
Bésame,
ponme el grito en el cielo del paladar,
date de bruces con el mar,
apaga las luces de mis ojos.
Bésame,
enséñame la lengua del corazón,
moja de ti la tierra de mi voz,
mancha de carmín la boca del lobo.
Bésame,
átame a tus labios de pies y manos,
arranca mi memoria de un bocado,
no me dejes sano entre tus dientes.
Bésame,
dame la eternidad de golpe y porrazo,
pon patas arriba el alma que arrastro,
entra en la alcoba a oscuras que es mi mente.
Échame la puerta abajo.
Su cara se le ha hecho domingo por la tarde,
casi de noche, sin planes para la cena,
sin rastro de horizonte al que agarrarse
por culpa de las penas como nubes,
de las nubes, que son penas.
Tiene la edad en que, a las vivas,
les corre sangre de muerta por las venas.
Es una diosa de pueblo de Murcia.
De tantos silencios fregando platos,
tiene las manos del alma sucias.
Tiene huellas de zapatos
sobre sus manos de mujer
y, en el corazón, los pedazos
rotos de las cosas del querer.
Va enlutada por costumbre.
Tiene cataratas en el mar rojo
que son sus ojos mirando las luces
de puertos quietos, jóvenes y lejanos.
De pronto, se terminó el verano
y ayer no da para más
y mañana es pedir demasiado.
Uno se despierta y no lo espera.
Uno te ve a la izquierda de la cama
y hace planes para luego,
cuando la noche se desnuda en la ventana.
Uno se levanta y no lo espera.
Uno no espera perderte sin luchar,
sin poder decir ni mu
a la mano asesina del azar.
Uno se despide y no lo espera.
Uno no espera que adiós
se convierta en una verdad tan grande.
Uno no espera que se cruce
la muerte como cualquier otro viandante.
Uno no olvida. Uno no olvida y te espera.
Uno va cada día a esos sitios a que ibas
sin saber que ibas sin darte cuenta
y uno mira el reloj de sus heridas
y uno sueña. Sueña que te espera.
El currículum vitae no es el curso de la vida,
pensé al cerrar con llave el sueño de mi casa.
La calle no siempre fue un callejón sin salida.
Hubo respuesta para quien preguntaba dónde trabajas.
He vuelto a rezar desde que dios no provee
pero la esperanza es hoja caduca.
Cada portazo es la última vez.
Cada promesa es un disparo en la nuca.
Hoy es ruido de música de ayer.
El calor trae gotas de injusticia a mi frente.
El espejo me saluda de usted
cuando el futuro se ahoga en el presente.
¿Cómo serán mis manos cuando la niebla sea recuerdo?
¿Habrá camino donde la noche suelte su presa?
Sé que miro con unos ojos que no tengo.
Tú me miras como si no me vieras.
Mitad tormenta, mitad miradita radiante,
cancioncita de elefante, melenita sin pelo.
Mitad cielo de Madrid, mitad terreta de Alicante,
humanito rumiante, hombrecito de caramelo.
A veces sonríe y no se ven los peligros
y se le dibuja en los labios un tres de septiembre.
Una lágrima es, más que nunca, un sinsentido
y el miedo es un ejército herido de muerte.
Vampirito sin dientes, voz de mañana,
flor de mis canas, sol naciente.
Luna creciente, estrella enana,
pañalito con magma, pucherito que miente.
Parece amar cuando aprieta la mano,
como si hubiese aprendido a leerme el sentimiento.
Como si no hubiese existido jamás otro verano.
Como si supiese lo que veo yo al mirarlo.
Muchos culpables culpan a la sociedad
porque la sociedad nunca demuestra lo contrario.
Las celebridades se abren en canal
de televisión en cuanto lo exige el talonario.
La sociedad es algo que somos todos cuando somos
como ningún dios se hubiera atrevido a crearnos.
El poder es de los poderosos de la forma como
los inviernos hielan la tierra que nos arrebataron.
La sociedad es el plural de un solitario.
Es un lugar común deshabitado.
La sociedad es la tribu, el rebaño
con semáforos y equipos de abogados.
La sociedad es otra mancha de gasolina.
Como una voz, nadie la ha visto jamás.
La sociedad lucha contra la nicotina
porque ya no es su forma favorita de matar.
El primer martes después del primer lunes cualquiera,
Cleopatra alumbra un hijo del César,
mientras en los manicomios sólo se habla
de barras, burros, elefantes y estrellas.
Dicen que nos incumbe a todos
porque la globalización se mueve con motor de superpotencia:
todos los muertos huelen a hamburguesa
desde San Salvador hasta las cárceles de Indonesia.
Nos apartan la mirada
con los ojos como platos de fast food.
No hay moros en la costa este,
el salvaje oeste se enseña en high schools. Cuando el cinturón bíblico aprieta,
está prohibido bajarse el pantalón.
El primer martes después del primer lunes cualquiera,
a nosotros, no nos dejan elección.
Nunca se me dió bien contar historias
pero vivirlas me sale peor.
Unos nacieron para la gloria
y otros morimos como si no.
Nunca se acostumbra uno a la derrota
ni me pierde ganar a domicilio de otra boca.
Parece más tranquilo el mar
cuando este capitán está borracho en la popa.
Lugar de nacimiento: el pueblo de al lado.
Herculano por parte de padre,
mamá no me enseñó a no tener madre
que cure las pupas de las heridas del pasado.
Edad: un número cojo, una cifra simpar.
Mi nombre se pronuncia como si no,
suena a pronombre impersonal,
una miga del pan de tu voz.
La vagina es una historia para no dormir,
soñando que érase una vez sobre tu cama.
La vagina es el espejo del alma.
La vagina, fuente de vida. La vagina mata.
La vagina tiene sinónimos
que llenan de lágrimas la boca.
La vagina es monte y es mar.
Secreto carnal, fruta caoba.
La vagina es un lugar sitiado
pero libre como la pasión.
La vagina, ciudad encantada,
tormenta desabrochada, nido de amor.
La vagina es el mapa de otro mundo,
es anatomía en llamas.
La vagina es una alfombra voladora.
La vagina es la aurora, que se derrama.
Finalmente, amanece. Llega el día como un estornudo.
Ayer es el patrón de los niños de treinta.
El sol, a la sombra del fin del mundo,
se arrima a la lluvia que más calienta.
El mar, gota da morte,
golpea las puertas de casa.
La palabra de los ojos de la gente
cuenta la historia sin decir nada.
Mañana es un banco de niebla,
un puerto fantasma, una puerta entreabierta.
Mañana es carne futura,
arquitectura del aire, castillo en la arena.
Una barca, un avión de bajo coste,
un corsa, las nike de un peregrino...
marcas registradas de los dioses,
huellas inhumanas del camino.
El silencio es el himno nacional de la soberbia.
Uno calla en voz alta lo que tiene que decir
porque la ausencia es todo oídos.
Luces en tu cuerpo las derrotas que sufrí
y se pudren las medallas sobre el mío.
Por no dar mi brazo a torcer,
me amputé todos los miembros del espíritu
y lancé un diluvio en cada puerto.
La soberbia maquilla los ojos
y calma la sangre del amor de tu recuerdo.
La soberbia no mata por dinero
ni por un te quiero que echar a la boca.
La soberbia dispara en defensa propia.
Quemé todas las naves
que se hundieron en tu alcoba.
La soberbia es una ciudad en llamas,
súperpoblada de uno mismo.
La soberbia no es soledad ni ausencia.
La soberbia es huir del lunes por la tarde
cuando arde la piel que me negaste,
cuando se cae a pedazos la coartada,
cuando la mirada no mira hacia delante.
No fue el fogonazo múltiple de la sonrisa
ni fue la admiración verde del secreto.
No fue el hambre ni el frío ni la herida.
No fue la bebida silenciosa de los besos.
No fue el encuentro casual que estaba escrito.
No fue mi voz desnuda tocando tu nombre.
No fue el sur ni el norte ni el infinito.
No fue el trocito de ti que no se esconde.
No fue el calor a gritos de tu cuerpo
ni fue el sol ni la cara oculta del lunar.
No fue la vida eterna ni el tiempo muerto.
No fue el sueño de verte despertar.
No fue el lápiz con que perfilo futuros
ni fue el cáliz donde beber sangre del otro.
No fue el acento de tus dedos sobre el mundo.
No fue el singular profundo de nosotros.
No fue ir conociéndote a tientas,
haciendo el mapa de tu piel, aprendiendo tu lengua.
No fue la torpe frase que ensayé
ni fue el golpe de tus ojos en mi puerta.
Si hubo un viento que me trajo aquí
fue la sed. Mi sed, que, de pronto, un día,
era sed de ti.
Fue el miedo, que era miedo a no tenerte.
¿Existó ayer realmente? ¿Qué sé yo del porvenir?
Ardo en el presente sin fin de quererte.
Quererte es fruta del tiempo,
tiempo que se mide en quererte siempre.
Quererte es carne y hueso del sentimiento,
beso suave y violento de tu vientre.
He visto tu voz desnuda desnudarse
dentro de mi boca ciegamente.
Quererte es vivir y resucitarme
yo, muerto de hambre de quererte.
Quererte son palabras que no existen
porque nadie sabe decir qué es quererte.
Quererte es la sonrisa de este triste
que aprendió a reír cuando empezó a quererte.
Quererte son veinticuatro horas, siete días,
doce meses de quererte.
Quererte es tener todo lo que tenía
cuando soñaba que vivía para quererte.
Expulsado del nombre de otra ciudad.
Chapoteando cada palabra del invierno.
Sólo en noches oscuras se puede brillar.
Las cosas del alma se dicen con el cuerpo.
No le des más vueltas, la tristeza
es algo que está sobre los hombros.
Cuando mañana está de vuelta.
Cuando faltamos de nosotros.
Vivir es perseguir una cumbre que es mentira
mientras el ego nos retira la palabra.
Nacerá un dios en cada esquina
mientras siga tan escaso el ron de la esperanza.
Dos mil doce cosas que no hacer.
El tiempo es una mala costumbre.
Un verso es un cuerpo de papel,
desnudo, buscando a voces una lumbre.
Lo que hay en el corazón de quien pierde la cabeza.
El paso atrás que es el recuerdo.
La mano que perdió la ultima moneda.
El fantasma que no se ve tan muerto.
El humo que fue madera fresca.
La voz que guarda todos tus secretos.
El valor de los que no cuentan.
El esperanzador futuro del invierno.
El incómodo pasado del verano.
El sol cansado de morir como una estrella.
Las manos frías. Los pies pisoteados.
Los pies de quien nunca deja huella.
Lo que entra en el estómago cuando falta un beso.
Las cosas que se ven donde nadie mira.
Las almas que se arriman a pecho descubierto.
La lucha cuerpo a cuerpo de dos pupilas.
Los ojos de mi mirada eran nubes. Mi voz corría como un animal capaz de todo. Pisaron mi aliento pies de azufre. El alma -herida- con más de un hueso roto.
Mi lengua era papel mojado y, también, puñales contra mí mismo. Lloraba a carcajadas pensando que dejaba lágrimas de pan por el camino.
La sed siempre halla un bar abierto para multiplicarse por su espejismo. El recuerdo es hombre muerto sobre mujer pintada en un gemido.
Verde esperanza, negro botella, azul cobalto sobre el asfalto asesino que es la vida. Si un día vuelves a acercarme la mano, no dejes que mi mano vuelva a quedarse dormida.
Sus ojos caen sobre las cosas como un guante tormentoso en tierra de agua. Ella es el sabor de su boca, donde el cuerpo de mi voz se ha quedado sin palabras. Sus pechos son el canto par de la sirena que escucho a manos llenas cuando me canta. Su vientre es la edad de piedra si descubro el fuego en la frontera de su espalda. Sus pies le llevan demasiado lejos cuando los muslos del mar rojo se separan y su vagina es una sonrisa ante al espejo, voraz y violento, de mi mirada. Ella es la suma de sus ausencias. Piensa como actúa la carne desabrochada. Hay flores donde había norte y hielo. Mirad la noche en el cielo de abrazarla.
Estoy contigo quiere decir abrazo,
quiere callar adiós,
quiere habitar tus labios,
quiere ser secreto de tu voz.
Estoy contigo quiere escuchar tu latido durmiente,
quiere besarte así, como quien da un chasquido,
quiere despertarse mojado de quererte,
quiere sentir en tu vientre que está vivo. Estoy contigo quiere suceder como el rocío,
quiere caminar a beso firme,
quiere precipitarse allende tu ombligo,
quiere matar el tiempo en revivirte.
Estoy contigo quiere ver el sol de mañana,
quiere ser pan de cada día cualquiera,
quiere desatar la tormenta en tu pecho en calma,
quiere volver a ti, quiere volver a casa.