El mayor
problema que tienen los llorones
es que no
conocen la tristeza.
Así somos
hasta que nuestros pies tropiezan
con la
vida real repartiendo pisotones.
Por eso,
rara vez verán ustedes a un triste llorar.
Rara vez
los muertos se quejan de su salud.
Unos
presumen de mesías, otros llevan la cruz.
Algunas
vidas dejan pocas ganas de resucitar.
Habrán
visto ustedes que la madre naturaleza
siempre
dispara a gente desarmada.
Con el
hemisferio norte del cerebro, las ratas
aprenden
a ponerse a salvo de la tormenta.
Y allí,
en uno de estos países instalados
por
encima de la lluvia, estoy yo,
que al ir
cumpliendo años me he hecho menor
porque mi
traición es seguir en el mismo bando.
Ni
ustedes ni yo hablamos ningún invierno
de la
existencia de las muñecas de nieve.
Como si
el femenino lo derritiesen.
Como si
el frío lo escribiesen los muñecos.
Escuchen,
la indiferencia de los ojos
es la que
crea personas invisibles
y, tras
la sonrisa de un selfie, un rostro
desaparece
herido de que nadie lo mire.
¿Conocen
una demostración de fuerza mayor
que ser
capaz de mover un dedo por alguien?
Escuchen,
muchos enanos sumarían un gigante
si cada
cual no creciese en distinta dirección.
Aunque no
funciono como dice el envoltorio,
soy tan
débil que no me suelo averiar.
Rara vez
soy cierto del todo.
Rara vez
verán ustedes a un triste llorar.