Sigo sin pensar jamás en la muerte
pero temo que ella haya empezado a considerarme.
Nada inmediato. Lo que sospecho
es algo así como que haya preguntado
mi nombre a los patógenos que saben todo de mí.
Esta tarde me acuerdo de las playas
que quedaron llenas de sonrisas de mi madre.
Me acuerdo de mi padre cuando era padre de un niño
y de algunas palabras que, entonces,
debería haber dicho a mi hermana.
Esta tarde me acuerdo de la vista de La Tierra
desde las ventanas de mi casa.
¿Dónde va un nueve de agosto
al que destierran del verano?
Espero que tú no te cuentes entre las personas
que conocemos la frialdad de la respuesta.
La conozco, sí. Pero conozco también el mar.
El verdadero mar, el que se ve
al mirar los ojos de un boquerón.
Esta tarde me acuerdo de cuando los actos
no tenían ninguna consecuencia.
De mis manos cuando no habían dicho nunca adiós.
Me acuerdo de cuando miraba al espejo
y me reflejaba exactamente yo.
Esta tarde me he puesto a hablar de mí
porque no quiero tratar ningún tema
que me incumba demasiado.
Noto que, cuando camino por la ciudad,
los árboles plantados en las calles,
pese a que han visto pasar de todo,
se van poniendo tristes a mi paso.
Me ocurren cosas en el corazón
que un chaval de mi edad mental
ni siquiera sospecha que suceden.
Esta tarde me acuerdo de los años
que no eran sólo doce meses de septiembre.
Mañana volveré a ser un hombre joven
que no aparenta los sueños que ha cumplido.
Volveré a ser un perro viejo con cara de niño.
Mañana volveré a mi costumbre
de no rotar sobre mí mismo.
Volveré a la superficie desde las profundidades.
Mañana no recordaré que me has leído
pero esta tarde me acuerdo
de todas las historias que han surgido de tus ojos.
Esta tarde me acuerdo de cuando
todos los caminos eran de peldaños cuesta abajo.
Esta tarde me acuerdo de cuando
el sol no permitía que lloviera en mi cumpleaños.