Primavera de dos mil veinte. Europa. España. Madrid. Distrito de Arganzuela. Barrio de Legazpi. Jueves de estado de alarma por la epidemia de un virus del que, tal vez, ustedes hayan oído hablar. Una de la tarde. Samuel abre la ventana de su casa que da al patio interior de la comunidad para echar otro cigarro. Nada más abrir, se topa con la imagen de su vecino de enfrente que está tendiendo la ropa. Se lo ha cruzado muchas veces. No recuerda cómo se llama. Ni siquiera recuerda si lo ha sabido alguna vez. Tarde para cerrar la ventana.
Vecino: Hola.
Samuel: ¿Qué hay?
Después de cuarenta y ocho largos segundos de silencio,
Vecino: No deberías. Los fumadores sois grupo de riesgo.
Samuel: Bueno, yo fumo muy poquito. En realidad, no soy fumador. Y soy joven. Más o menos.
Vecino: El diecisiete por ciento de los internados en la UCI... ¡Niños, por favor! ¿Cuántas veces tengo que repetir que os estéis quietos?
Samuel: Están ya desquiciados, ¿eh?
Vecino: El que está ya para que le encierren soy yo.
Samuel: Ya. En fin, paciencia...
Vecino: Tú no tienes hijos, ¿verdad?
Samuel: No, no, no. Qué va. Tú tienes dos, ¿no?
Vecino: Tres. Una locura.
Samuel: Además de verdad.
Trece segundos después,
Samuel: Qué tiempazo hace. Qué
putada estar metidos aquí dentro.
Vecino: Bueno, el cincuenta y uno por ciento de los virólogos cree que, con el buen tiempo, el virus quizá podría ir desapareciendo.
Samuel: Pues Dios les oiga.
Vecino: ¿Eres creyente?
Samuel: ¡Vaya pregunta! (riendo).
Vecino: Perdona.
Samuel: No, no. En absoluto.
Vecino: ¿En absoluto crees en Dios o no en absoluto hace falta que me disculpe?
Samuel: Las dos cosas. Ha sido una forma de hablar.
Vecino: Malos tiempos para creer en Dios.
Samuel: ¿Tú crees? Estoy seguro de que ahora, cuando parece más evidente que no existe, es cuando hay más gente rezando todas las noches.
Vecino: Ya. Eso es como todo... (pensativo).
Samuel: En fin, que cada uno se agarra a lo que quiere o a lo que puede para que no se lo lleve el viento.
Vecino: Lo que hay que hacer es rezar menos y ser más responsables,
copón. Que si nos tomamos a chirigota el confinamiento, no vamos a poder currar en la
puta vida. Si no se suprime radicalmente el contacto social es imposible frenar la curva de contagios,
hostia.
Samuel: ¿En qué curras?
Vecino: Tengo un bar. ¿Y tú?
Samuel: Soy funcionario.
Vecino: Tú no tienes prisa,
cabrón. A ti, a final de mes,
tracatrá en la cuenta (riéndose).
Samuel: Claro, claro (forzando una sonrisa).
Vecino: Fuera de bromas, en un caso de pandemia es imposible corregir el crecimiento exponencial de los contagios sin un aislamiento total y sostenido. Es de cajón de madera. De hecho, se lo he oído a un tertuliano.
Samuel: Sí, sí. Yo también. En el programa de Ana Rosa.
Vecino: No, yo lo he oído en la radio.
Samuel:
Coño, pues ya son dos. Más a favor del argumento.
Vecino: Si es que cae por su propio peso.
Samuel: De todas formas, aunque en estas crisis es vital estar informado,
joder, se le pone a uno un mal cuerpo...
Vecino: Di que sí. Uno no puede caer en la sobredosis de información. Hay que seguir sólo a medios serios. Yo nada más confío en los que tienen a tertulianos que conozco. A la mayoría ya les he visto o escuchado opinar con acierto de la inestabilidad política, de la prima de riesgo, de las copas de Europa del Madrid... Vamos, que son una garantía.
Samuel: Sí, pero peor me lo pones. Si tienen credibilidad, lo que dicen es cierto y no hay más que malas noticias.
Vecino: Eso sí. En general, claro. Alguna buena noticia se escapa por ahí de vez en cuando y a eso hay que agarrarse, tío. Mira, hace un rato he oído que ya no somos el tercer país del mundo en número de contagios sino el cuarto. Nos ha superado Estados Unidos, que va disparado.
Samuel: Lo he oído, lo he oído. Y que Francia está subiendo mucho también y quizá nos supere a finales de semana.
Vecino: Bueno, bueno. Ni que decir tiene que sería mejor que bajáramos en el escalafón por reducir nuestros casos en vez de por que los suban los demás, pero no cabe duda de que ir bajando puestos en la clasificación ayuda a mantener la moral de victoria de la peña, que todo el mundo tenga claro que el sacrificio servirá de algo y que saldremos más pronto que tarde.
Samuel: Sí, sí, Saldremos. ¿Pero quedará algo en pie en la economía?
Vecino: Claro que sí. Un plan Marshall en cada puerto. Para eso están los estados. Es de manual. Precisamente, se lo leía en
Twitter anoche
al economista ése de la tele. Ahora, eso sí, la geopolítca va a darse la vuelta como un calcetín.
Samuel: Ya te digo yo que será así.
Vecino: Ahí los políticos tienen que dar la talla. Ése es el tema. Porque ahora, todos a una. Pero cuando esto escampe, dimisiones. Hay que exigir dimisiones. En los gobiernos, por irresponsables, y en las oposiciones, por desleales.
Samuel:
Joder, es que eso es la democracia. También te digo que no les envidio el cargo con esta movida, ¿eh? No tiene que ser fácil tomar según qué decisiones. Es elegir susto o muerte...
Vecino: Eso vale para ti y para mí. Pero ellos tienen toda la información. Y, en el periódico de hoy, dice un confidencial que esto estaba claro desde febrero. ¡Desde febrero,
carajo!
Samuel: Vamos a ver. Que tienes más razón que un santo, pero te pones en su piel y... ¡Madre mía!
Vecino: En fin, voy a ir entrando que estos ahora mismo se ponen a exigir la comida.
Samuel: Sí, sí. Yo también tengo que hacer.
Vecino: A ver si coincidimos otro rato aquí. Te llamas Samuel, ¿no?
Samuel: Sí.
Vecino: Pues un placer, Samuel.
Samuel: ¿Y tú? Desde que te he visto, lo tengo en la punta de la lengua pero no hay manera de que me salga.
Vecino: Alberto.
Samuel: Pues el placer ha sido mutuo, Alberto.
Justo antes de que ambos desaparezcan en el interior de sus casas,
Samuel: Mira que estamos pagando un precio de
cojones a cambio, pero al menos esta
mierda ha servido para abrir la ventana y los oídos y escuchar de verdad tu nombre. Y, pase lo que pase, te aseguro que ya no se me va olvidar cómo te llamas.