jueves, 23 de diciembre de 2021

DIEGO CAMINA EN DIRECCIÓN CONTRARIA


No llores más, cabroncete,
piensa Papá Noel mientras mira al niño que tiene en el regazo. Cambia repetidamente de postura buscando la posición que permita a la madre hacer la fotografía por la que ha pagado. 

No llores, Diego, dice Papá Noel repitiendo el nombre por el que la atribulada mamá se dirige a su chaval. Papá Noel piensa que no hay comparación posible. Cierto es que el crío se llama como su nieto, pero a la vista está que es mucho más feo. 

La señora se cansa de intentarlo y, con buen criterio, se marcha con su chiquitín. Papá Noel se levanta. Ha terminado su turno. Recorre los pasillos del centro comercial hasta su vestuario. Se quita la barba, las gafas truchas y el traje rojo. Enciende un cigarro, saca el teléfono y pulsa play para volver a ver el vídeo que anoche le envío su hija. Papá Noel no se cansa de verlo. Diego lo está haciendo. Diego camina. Diego camina en dirección contraria a los diagnósticos. Diego ya ha subido el primer peldaño.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

DECIRLO AUNQUE NO SE OIGA


Si alguien dice constantemente te quiero,
pero no lo oye nadie, ¿ha dicho te quiero
alguna vez?
Por favor, aléjense de la poesía 
quienes crean que no. 

lunes, 8 de noviembre de 2021

HAY PALABRAS


Poema ganador del Concurso de Poesía Luis B Negretti 2021.

Sonrisa.
Caricia.
Abrazo.
Calor.
Hay palabras
que colapsan 
fuera de tu voz.

Verano.
Sueño.
Esperanza.
Ilusión.
Hay palabras
que se pudren
fuera de tu voz.

Boca.
Vulva.
Pecho.
Corazón.
Hay palabras
que se mueren
fuera tu voz.

Alma.
Cuerpo.
Deseo.
Amor.
Hay palabras
que no existen
fuera de tu voz.

martes, 12 de octubre de 2021

LA CABEZA EN SU SITIO

Si hablas como si tuvieras
la cabeza en su sitio,
si caminas como si tuvieras
la cabeza en su sitio,
si te comportas como si tuvieras
la cabeza en su sitio,
entonces, seguramente...
seguramente tienes el corazón roto. 

lunes, 4 de octubre de 2021

FEEL THE OCEAN

 - ¿Un tiburón? ¿En Baleal? Thiago, tú eres gilipollas, ¿no?

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques. A Paulo le colocaron Feel the ocean por sobrenombre cuando era un surfista imberbe y todavía, cuando ya era el propietario del chiringuito más guapo de todo Peniche, le llamaba así todo el mundo. 

- ¿Y qué si no? Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Se lo ha tragado la mar? 

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Thiago Caneca. Caneca llevaba siete años trabajando como camarero en el chiringuito de Feel the ocean, pero ese verano, y sin apenas incremento salarial a cambio, a las funciones hosteleras había sumado las de instructor de surf en la escuela con la que su patrón pretendía diversificar su actividad empresarial. 

- Pero, ¿cómo carajo has podido perder al abuelo?

El abuelo no era otro que David Fox. Un súbdito británico que, junto a su esposa, constituía la clientela toda de la flamante escuela de Feel the ocean

- Qué coño voy a haber perdido yo... Ha sido cuestión de un segundo. Lo tenía perfectamente controlado, me he vuelto un momento para ocuparme de la abuela y, al girarme otra vez, su tabla estaba flotando allí pero no había ni rastro del puto abuelo.

- Y, a todo esto, ¿dónde está la abuela?

Caneca señaló hacia el exterior del chiringuito. La mirada de Feel the ocean siguió la dirección indicada por el dedo de su empleado múltiple hasta que, al fin, pudo ver a Cindy Fox, todavía con el traje de neopreno puesto, gimoteando a las puertas del local. 

El rostro de Feel the ocean fue pasando de la incredulidad a la inquietud y, de ésta, al miedo al pensar en los problemas que podían venírsele encima si míster Fox no aparecía pronto. Estuvo un rato ensimismado hasta que habló Caneca.

- Mira cómo está la pobrecilla.

- Caneca... ¿Se lo habrá llevado alguna mala corriente?

- ¿A él solo? No. Imposible. Además, la mar estaba en calma. 

- Joder... ¿Y qué hacemos?

- Podemos pedirle ayuda a Nuno. Nadie conoce estas putas aguas como él.

- No, no, no. Déjate de nunos y de hostias.

Feel the ocean hubiera dado hasta el último de sus colgantes a cambio de poder contar con la ayuda de Nuno en ese trance. Pero no era posible. Nuno tenía también una escuela de surf y, desde hacía años, había venido utilizando en arrendamiento, para almacenar las tablas y demás cuestiones de intendencia, un local propiedad de Feel the ocean.  Hasta ese verano en que, en vista del éxito de Nuno, Feel the ocean decidió montar su propia escuela y acabar con la competencia poniendo a su inquilino en la calle de un día para otro. Sin embargo, contra todo pronóstico, Nuno había conseguido reaccionar a tiempo, alquilar otro local adecuado en Baleal y mantener su escuela más viva que nunca al retener entre su clientela a la spanish storm al completo. En este punto, advierto que no voy a explicar qué es la spanish storm porque, una de dos, o el lector está familiarizado con el surf y sabe perfectamente de qué estoy hablando o no lo está y sería materialmente imposible introducir en una narración de esta naturaleza la gran cantidad de conceptos necesarios para que pudiera hacerse una idea, siquiera somera, del impacto y trascendencia que la spanish storm ha tenido en el surf de la era moderna. El caso es que ni siquiera el mismísimo Feel the ocean se sentía con el morro suficiente como para, después de todo, ir a pedirle ayuda a Nuno.

- Déjate de nunos y de hostias -repitió- y vamos a la playa. 

Cuando llegaron, Caneca comprobó con alivio que las tablas que habían estado utilizando los señores Fox seguían, sobre la arena húmeda, en el lugar donde las había dejado al ir precipitadamente a informar a su jefe del extraño suceso. Que alguien se las  hubiera llevado, hubiera podido ser lo poquísimo que le faltaba ya a Feel the ocean para sacar la mano a pasear

Nada. Ni el más mínimo detalle fuera de lo normal en la playa. Ni el más pequeño indicio del paradero de David Fox fueron capaces de encontrar a pesar de moverse durante una hora y media alrededor de la tabla buscando, ni ellos sabían qué, como una caricatura viviente de un Sherlock Holmes rastafari y su Watson penicheiro. Nada hasta que Cindy Fox llamó su atención. 

Las miradas de Feel the ocean y de Caneca fueron guiadas por el dedo índice derecho de doña Cindy hacia un pequeño llavero verde que estaba tumbado a la bartola bajo el sol como si de un veraneante agosteño se tratara. La señora les explicó que el abuelo era parroquiano asiduo de un pub de Camden y que su dueño, en pago a su fidelidad, le había obsequiado con el referido artículo. La poderosa mente comercial de Feel the ocean le hizo a éste considerar durante un momento la idea de hacer lo mismo con los borrachos más perennes de su chiringuito, pero acabó descartando el proyecto porque le pareció que, fuese cual fuese su costo, supondría sin duda un dispendio excesivo para el fin perseguido. 

Subieron un piso más en su desconcierto. Ninguno de los dos verbalizó la pregunta. Ambos sabían que no era posible encontrar la respuesta al enigma de dónde demonios se había metido el abuelo el llavero mientras vestía el traje de neopreno. Al inspeccionar la zona donde había aparecido el portallaves, Caneca creyó leer en la arena unas huellas que habría dejado impresas alguien que caminara hacia exterior de la playa. Los tres caminaron, por ello, en esa dirección a pesar de que ni Feel the ocean ni la esposa del desaparecido estuvieran en absoluto convencidos de que esas formas que se dibujaban en la arena fueran, en realidad, huellas.

- Oh, my god!

Cindy Fox no pudo reprimir este grito cuando comprobaron que el coche del abuelo no estaba en el lugar donde el matrimonio anglosajón lo había dejado estacionado cuando llegaron para tomar lo que, pensaban, iba a ser una rutinaria clase de surf. Caneca intentó consolarla con esa genuina torpeza que sólo los hombres que se consideran a sí mismos hábiles son capaces de alcanzar y, ante su fracaso, no vieron más alternativa que acercarla a su casa.

Maldita la gracia que le hizo a Feel the ocean. Se pasó todo el trayecto hasta el casoplón que los Fox habían alquilado en Bom Suceso pensando cómo decirle a la buena señora que él, para ayudar, el primero pero que, bueno, alguien tendría que indemnizarle la gasolina, ¿no? 

La normalidad era absoluta en la casa salvo que (oh, my god!) el ropero del abuelo estaba vacío y su maleta ausente. A Cindy se le quedaron los ojos como platos al ver a su marido en la pantalla de televisión. La BBC informaba de que Scotland Yard había dictado orden de busca y captura internacional contra David Fox, portavoz de los tories en la cámara de los comunes y que éste se encontraba en paradero desconocido. En este punto, miss Fox se desmayó sobre el sofá. Feel the ocean y Caneca no necesitaron abrir la boca. Se entendieron sólo con mirarse. Aprovecharon el momento para lavarse las manos, darse el piro y quitarse de en medio de aquel quilombo. 

- La que ha liado el puto abuelo.

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques la mañana siguiente. Pero, entonces, no había nadie para escucharlas. Estaba solo, fumando en la parte trasera del chiringuito  más guapo de todo Peniche. Miraba en dirección a la playa. Desde ahí veía a Nuno y su equipo de instructores impartir una clase magistral de surf a no menos de cincuenta personas. Él acababa de perder a su único cliente. Y qué más da, pensó sonriendo. Apuró el cigarro, lo lanzó a la tierra y lo pisó. Abrió la mochila que hasta ese momento había estado a su espalda y sacó de ella una bolsa de plástico del Pingo doce. Al abrirla mínimamente para mirar el contenido, se le dibujó otra sonrisa. ¿Sabría David Fox que, en su apresurada huida, se había dejado en el armario aquellos cien mil euros en billetes pequeños y no correlativos?

- Ay, Nuno, Nuno... ¿Cuándo aprenderás que Feel the ocean siempre gana?

Fueron ésas las palabras exactas que salieron de la boca de Paulo, Feel the ocean, Henriques. Pero, entonces, no había nadie para escucharlas.

viernes, 27 de agosto de 2021

EL ÚNICO QUE EXISTE



Tomaría todos los aplausos
que pudieran salir de la tierra, 
añadiría todos los importes
en que se mide la literatura
e, incluso, sumaría todos
los abrazos que tú no habitas
y los entregaría a cambio de poder 
parar el reloj en ese tic tac
en que la tierra gira a tu alrededor
y me miras fijamente con la sonrisa
y traes, a esa parte de mi cerebro
a la que pienso seguir llamando corazón,
la ingenua sensación
de que, entre los múltiples seres del verano,
el único que existe soy yo.

martes, 10 de agosto de 2021

EL PLOMIZO VERANO DE DOS MIL CINCUENTA Y UNO

¿Recuerdan el plomizo verano de dos mil cincuenta y uno? Estaba a punto de empezar cuando Vera aterrizó en el aeropuerto Francisco Vigueras - Alicante. Mirando desde la ventana del avión, la terminal este le resultó familiar. Supongo que es lo que le pasaría a cualquiera que llegara a una macro infraestructura de transporte diseñada por sus propios padres. Era una sensación que había experimentado muchas veces en los sitios más dispares de la Tierra, pero aquél era un lugar especial. Fue el primer proyecto de este tipo que sus padres llevaron a cabo después de que dejaran la docencia cuando Francisco, Pancho, Varona llegó al Ministerio de Universidades. Vera, para entonces, ya no sabía si recordaba directamente todo aquello o si lo que tenía en su mente no era sino el producto de lo que había oído contar en tantas sobremesas familiares. 

No han olvidado el plomizo verano de dos mil cincuenta y uno, ¿verdad? Estaba a punto de empezar cuando Eduardo aparcó su coche frente al Sueño de Jemik. Le parecía el mejor nombre que un bar hubiera tenido nunca. Máxime teniendo en cuenta que era uno de carretera. Sólo uno de ésos en que los viajeros paran a orinar a medio camino. Eduardo se detenía allí siempre que pasaba con el coche en tránsito a cualquier destino. Llevaba haciéndolo desde que era niño y sus padres le compraban la merienda, con la única interrupción, para evitar el lógico revuelo, de los años en que su madre fue alcaldesa de Madrid. Si en aquel tiempo piafante de la post pandemia alguien le hubiera dicho que, años después, iba a entrevistar a tantos políticos no hubiera podido creerlo. 

Vera dejó de mirar por la ventana cuando escuchó una ráfaga de sucesivas alertas de entrada de mensajes en su buzón de correo electrónico. ¿Cómo era posible que hubiera recibido treinta y cinco en los doce minutos que había durado el vuelo Londres - Alicante? Su vista se fijó de forma instantánea en un correo cuyo asunto era "Proyecto de presupuesto 2052". Al abrirlo, tomó el teléfono y le verbalizó su disgusto al consejero de la oficina económica. Había que empezar de nuevo, nada de lo que le había enviado el buen señor servía de nada. Dos semanas atrás un problema así le hubiera quitado alguna hora de sueño, pero desde la noche de la fiesta en el Savoy su escala de valores había cambiado de arriba a abajo.

Eduardo telefoneó a la emisora en cuanto empezó a notar los efectos del aire acondicionado en el coche. El director pretendía que hiciera El observador de esa noche desde los estudios de Alicante, pero él no tenía ninguna intención de salir al aire. Le traía sin cuidado la comisión de investigación del caso Cocifesa. Llevaba ocho años sin tomarse un día libre, su programa era el que más publicidad llevaba a la casa y, qué demonios, Laura Serafín estaba perfectamente capacitada para sustituirle. Eso sí, prometió estar disponible para cualquier tipo de consulta. El director, qué remedio, acabó aceptando, se despidieron fríamente y, acto seguido, Eduardo apagó el teléfono y lo dejó caer en el asiento trasero.

La fiesta en el Savoy empezaba a las ocho. Ese mismo día se cumplían dos años del nombramiento de Vera como embajadora de España en el Reino Unido, pero el motivo de la fiesta era otro. Esparm, el gigante español de la fabricación de armamento, acaba de adjudicarse el mayor contrato jamás ofertado por el ministerio de defensa británico y su consejo de administración le puso muy pocos límites a la celebración. Vera buscó desesperadamente una excusa que le permitiera ausentarse, pero sabía que era inevitable que la embajadora acudiera a aquella recepción.

Aquella noche Eduardo dedicó el editorial de apertura de El Observador al contrato entre Esparm y el Reino Unido. Para estupor de la cadena, que durante días había mantenido una posición crítica con el trato, defendió, apoyó y aplaudió lo que calificó del mayor éxito español en la última década. Después, en la tertulia de análisis de la actualidad que constituía en núcleo del programa, se enzarzó con todos sus contertulios en defensa de su opinión, más que favorable, al contrato de suministro de armamento y, por si todo esto fuera poco, terminó por felicitar a José Ángel Cuesta, máximo accionista y presidente de Esparm, que entró en directo desde el hotel Savoy de Londres. Cuando sonaba la sintonía de despedida de El Observador, el director de la cadena experimentaba ya una acidez de estómago de la que nunca llegó a reponerse del todo.

Vera vio cómo José Ángel Cuesta regresaba al salón. Había estado unos minutos atendiendo a la prensa española en el pasillo. Los años de ejercicio de la carrera diplomática permitieron a Vera esconder el desagrado que le produjo comprobar que el presidente de Esparm se dirigía decididamente hacia ella. Al poco rato,  le pareció que su sueldo de embajadora no era suficiente recompensa por tener que soportar el tostón de una conversación artificialmente alargada por el empresario. Por un lado, éste no tenía intención de desaprovechar la oportunidad de buscar la complicidad e influencia de la primera autoridad española en un mercado tan importante para él como el Reino Unido y, por otro, por qué no decirlo, Cuesta sabía que no iba a encontrar el color de los ojos de Vera en ninguna otra mirada. Así que, cuando le fue imposible prolongar su perorata por más tiempo, le rogó poder continuar aquella charla en un momento más propicio. Vera, que no tenía intención de proporcionarle ninguna información de carácter personal más allá de la estrictamente necesaria, indicó al presidente de Esparm que podía escribir a la dirección de correo electrónico de la embajada que figuraba en la página web de la legación.

A las nueve y media de la mañana siguiente, Eduardo se estaba desayunando una bronca del director de la emisora tamaño XXL. Para el director, la ecuación era sencilla. "Somos una puta emisora de izquierdas. Nuestros oyentes son de izquierdas. Si decimos que es cojonudo que un empresario dé el pelotazo padre vendiendo armas, dejarán de oírnos. Si dejan de oírnos, no entrará publicidad. Y, si no entra publicidad, tú y yo nos vamos a la puta calle." Eduardo no tenía intención de desdecirse de su opinión en ninguna circunstancia. Primero porque, para él, la única forma posible de hacer periodismo era decirle al oyente lo que uno verdaderamente piensa. Segundo porque, con los datos del último EGM en la mano, se sentía intocable.

Vera llevaba trabajando desde las ocho menos cuarto de la mañana. A mediodía, no se había levantado de la mesa ni siquiera un momento. Notó el rigor en el cuello, estiró los brazos, se incorporó y caminó en círculo por su despacho con un sándwich de queso en una mano y una coca cola zero - zero en la otra. El último trago lo dio, de nuevo, sentada en su silla negra y ojeando la bandeja de correos no leídos. ¿Cómo era posible que hubiera recibido veinte en los ocho minutos que había durado su comida? El más distante en el tiempo era del presidente de Esparm. Pffff...

Eduardo había escrito ya los dos primeros párrafos del editorial para esa noche. Iba a poner un punto más de intensidad en la defensa del acuerdo, pero dudó si no sería demasiado. A partir de ahí, su pensamiento empezó a divagar y, de pronto, se vio preguntándose a sí mismo si no debería haberse buscado otro tipo de trabajo. Uno en el que no tuviera que opinar sobre todo. Posicionarse ante cualquier suceso. Su hermana, por ejemplo, no tenía esos problemas. La vida de primera soprano de la ópera de Nueva York, sin duda, tenía sus sacrificios pero, salvo cuando estaba en el escenario unas pocas veces al mes, podía afrontarlos con más tranquilidad. El periodismo político era estar siempre en primera línea de fuego. Quizá él también debió probar suerte en el bel canto. Aunque no llegaba a las cotas de su hermana, su voz tampoco era desdeñable... "En fin, Edu, déjate de gilipolleces y ponte a currar...", se dijo mientras devolvía la vista al ordenador.

El correo de José Ángel Cuesta venía cargado de archivos que mostraban la fotografía del trato de su empresa con el Reino Unido desde todos los puntos de vista posibles. A Vera le llamó la atención el nombre de la última hoja excel. A diferencia de todos los demás documentos, que habían sido nombrados con palabras propias del campo semántico de la empresa como "balance", "presupuesto" o "estrategia", éste se llamaba "Panteón". Cuando lo abrió, examinó su contenido varias veces con atención creciente y entendió que aquello era una relación inagotable de nombres en clave y cantidades de dinero, se quedó estupefacta al darse cuenta de que aquel imbécil hubiera sido capaz de enviarle por error la contabilidad del pastón en mordidas que Esparm había repartido para hacerse con el contrato.

¡Vaaaaaamos! ¡De puta madre! Eduardo estaba eufórico. Acababa de confirmar la presencia del ministro de asuntos exteriores en su programa. En directo. En el estudio. Otro repaso a la competencia. Oficialmente, el gobierno español estaba unido y en contra del acuerdo Esparm - Reino Unido, pero todo el mundo sabía que de unidad, nada, que el ministro de asuntos exteriores siempre había estado a favor y que había desplegado toda su capacidad de influencia para llevar adelante el proyecto. Eduardo estaba seguro de que la entrevista de esa noche iba a ser la bomba. Cerró los ojos buscando la mayor concentración posible que le permitiera esbozar un cuestionario base contundente.

La cabeza de Vera daba vueltas. No sabía qué hacer con la información que acababa de recibir. No estaba preparada para eso. Pensó que, probablemente, nadie lo estaba. ¿Se habría dado cuenta el presidente de Esparm de que le había enviado ese archivo incriminatorio? ¿Era de esa clase de personas que revisa sus propios correos electrónicos después de enviarlos? ¿Estaba en peligro? Concluyó que, en un caso como éste, la obligación de toda funcionaria era poner los hechos en conocimiento de su superior jerárquico y, siendo la embajadora de España en el Reino Unido, ése no era otro que el ministro español de asuntos exteriores.

Eduardo frunció el ceño. Habían llamado del ministerio de exteriores. El ministro iba a acudir directamente a la entrevista, pero anulaba la cena previa al programa que habían acordado compartir. Había surgido un asunto urgente. Algo se estaba cociendo. Eduardo frunció el ceño.

Vera, sentada en el asiento trasero del coche oficial que la llevaba desde la embajada a su residencia, estaba agotada y aliviada. Agotada porque los treinta minutos que había durado la videoconferencia con el ministro le habían parecido horas. Aliviada porque éste le había agradecido calurosamente que le hiciera partícipe de una información tan delicada y le había garantizado que, a partir de ese momento, podía olvidarse del asunto puesto que él, como jefe de la diplomacia española, iba a encargarse de solucionarlo de la forma menos gravosa para los intereses del estado. Vera estaba agotada y aliviada. Hasta que una bala del calibre treinta y tres entró en el coche atravesando el cristal de una de las ventanillas.

Faltaban tres minutos para que empezara El Observador. El ministro no había aparecido. Ni una explicación. Eduardo entró en el estudio. Decidió que iba a darle una buena tunda a ese cabrón mientras sonaba la sintonía del programa. "Buenas noches, señoras y señores" dijo a la audiencia. Luego quedó en un breve, pero incómodo, silencio al ver entrar al ministro de exteriores en el estudio.

Vera fue conducida a toda prisa a su residencia por el personal de seguridad de la embajada. Milagrosamente, el chófer y ella habían salido ilesos. Un centímetro más a la derecha y... Aunque estaba demasiado asustada para llorar, cuando se quedó sola, se llevó las manos a la cara. ¿Cómo podía estar envuelta en aquello? Esas cosas sólo pasaban en las novelas de su hermano que, formando la saga Crónicas kilesas, había leído todo el mundo en todas las lenguas conocidas. Ay, su hermano... pensó durante un segundo en contarle el lío en que se había metido, pero descartó la idea inmediatamente. Sólo serviría para preocuparle. 

Eduardo y el ministro de asuntos exteriores se despidieron con un fuerte apretón de manos. La entrevista había durado mucho más de lo previsto. Tanto que El Observador había invadido el horario del programa deportivo posterior. Eduardo miró su teléfono. Mensajes, interacciones en redes sociales, felicitaciones. Había vuelto a conseguirlo.

¿Y ahora qué? Vera no encontraba respuestas. ¿Quién estaba detrás del disparo? ¿El ministro? ¿El presidente de Esparm? ¿Ambos? ¿Podía fiarse de alguien? 

Eduardo llegó a casa pasadas las dos menos cuarto. No había cenado. Estaba muerto de hambre. Llenó de agua una olla exprés e introdujo dos patatas y un huevo con el objetivo de comérselos hervidos y aliñados con aceite y sal. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Se quedó dormido en el sofá antes de alcanzarse el punto de cocción necesario. Afortunadamente, el sistema de apagado automático de la vitrocerámica le libró de morir en una casa incendiada. 

Vera comprobó qué larga puede hacérsele la noche londinense a alguien que no puede conciliar el sueño. El reflejo de la luna entraba por la ventana del baño cuando pasó a refrescarse la cara y la nuca en el lavabo. Se miró al espejo y se dijo sí misma en silencio que sólo había una forma de intentar salir de aquello.

Eduardo estaba otra vez en el estudio cuando sonaron las señales horarias de las ocho de la mañana. Inmediatamente después, tomó la palabra para dar la mayor exclusiva periodística de las últimas décadas. ¿Recuerdan el plomizo verano de dos mil cincuenta y uno? Estaba a punto de empezar cuando estalló el caso Panteón.

Vera ya no tenía miedo. Los líderes de la trama estaban en paradero desconocido pero, al haberse hecho público todo el tinglado, ya no había razón para que actuaran contra ella. No han olvidado el plomizo verano de dos mil cincuenta y uno, ¿verdad? Estaba a punto de empezar cuando los gobiernos británico y español cayeron en el plazo de cuarenta y ocho horas.

Dos semanas después, Eduardo, tras cuarenta y cinco minutos dando vueltas por el centro de Alicante, consiguió encontrar aparcamiento. Cuando aún no se había alejado cincuenta metros del coche, ya notó que una película de sudor fino cubría su frente. Masculló una maldición entre dientes. No era el momento de sudar.

Vera entró en Clan Cabaret diez minutos antes de las ocho. Ocupó la única mesa libre que encontró. Desde allí, recorrió toda la estancia con los ojos hasta que éstos se toparon con la televisión. No escuchaba nada desde allí, pero era evidente que un reportero informaba acerca de las novedades del partido del día siguiente. No hubiera viajado para ver ningún otro partido de fútbol. Sin embargo, ¿Cómo iba a perderse ése?

Eduardo no era el único periodista que había viajado a Alicante ese día, víspera de la semifinal de la copa de Europa que iba a disputarse en el Rico Pérez. Pero, probablemente, sí era el único que lo había hecho por razones distintas a las laborales. Chelsea - Hércules. Cómo le hubiera gustado al viejo, pensó mientras cruzaba la puerta de Clan Cabaret, ver este partido. Evocarle, le hizo retroceder a su infancia, al tiempo en que su padre solía decir que acabaría teniendo algo con ella. Si era sincero consigo mismo, debía admitirse que nunca había estado seguro de si acertaba o se equivocaba. ¿Y qué más daba eso? No era momento de buscar certezas. Bastante tenía Eduardo con reprimir la lágrima que le brotó cuando tuvo delante, otra vez, la sonrisa de Vera y sintió que había vuelto a casa.




lunes, 5 de julio de 2021

DISECCIÓN DEL PARAÍSO


Es un hecho inobjetable
que mis poemas están alcanzando
una creciente difusión.
Últimamente, llegan a lectores
de muy diversa ubicación, oficio
pensamiento, clase y capacidades. 
Es decir que usted, al otro lado
de estas líneas, bien pudiera ser
médico, charcutero, novicia,
espiritista, frutero... qué sé yo.
Así que, como nadie me asegura
que no me está leyendo un dios, un hada
o cualquier otro profesional 
de la realización del deseo, 
voy a pedir lo que pido siempre 
que me veo en una de esas
situaciones de pedir lo que uno quiere
cuando una luz corre por el cielo. 
Mi deseo es que me lleve con ella 
a un lugar en su mejor momento,
con mar, con buen clima, con buena gente,
con exuberante gastronomía,
con un alto nivel de vida,
con críticos que aplaudan mis cosas
y con una paz a prueba de imbéciles. 

Nota: sepa usted que todo eso de la paz,
los aplausos, el alto nivel de vida, 
la gastronomía, la buena gente,
el buen clima, el buen momento 
e, incluso, el mar es palabrería
perfectamente prescindible, 
tonterías que uno escribe
para no dejar tanto espacio en blanco,
cuestiones de vida o muerte
que ya no importan cuando ella sonríe.





viernes, 4 de junio de 2021

CONFUSAS HORAS EN BERLÍN

Otra turbulencia. La tercera en cinco minutos. Soy incapaz de concentrarme en lo que dice Pedro Sánchez, pero tengo la mirada y la gestualidad bien entrenadas para hacerle ver lo contrario. El presidente está inquieto ante la perspectiva  de la reunión que estamos preparando. Y, cuando el presidente está inquieto, Capella y yo deberíamos estarlo mucho más. Y lo estamos. Pero no por la dichosa cumbre de Berlín, sino porque vamos, al menos yo, acojonados con tanto movimiento en el Falcon.

Llevamos semanas trabajando en el encuentro con la canciller alemana, el presidente de la república francesa y el primer ministro italiano. Se trata de fijar previamente una posición común de los cuatro estados para allanar el próximo consejo europeo. La agenda es amplia porque los temas a tratar son muchos y de calado. El reparto de los fondos agropecuarios, la política transfronteriza, la reforma del banco central europeo, la política común de transportes y el blindaje de la candidatura de Álvaro Trece al premio nobel de literatura. Pedro Sánchez está obsesionado con esto último. El poeta alicantino lleva años sonando para el galardón y la prensa especializada cree que, si no lo ha recibido aún, es porque el proyecto no ha tenido el impulso político necesario. Oficialmente lo negarán, pero los académicos suecos son muy permeables a las presiones del poder. Y Pedro Sánchez cree que esta vez hay que implicar a la Unión Europea porque un nobel español le vendría "de pelotas" a la marca España. "Sol, playa y Álvaro Trece" se ha acostumbrado a decir el presidente. Y el pedazo de imbécil de Capella se parte de risa cada vez que lo oye. 

Afortunadamente, lo traemos todo muy machacado y en el vuelo estamos nada más que dándole el último repaso, esquemático, a los argumentos que va a exponer Pedro Sánchez. No nos lleva más de treinta minutos. Después, traen un café y un dulcecillo para los que no tengo el cuerpo con tanto bamboleo. Capella, sí y, tras el suyo, se come mi bollito mientras me habla muy bajo para que no le oiga el presidente. Está con la mosca detrás de la oreja por la filtración del borrador del proyecto de la nueva ley hipotecaria. Habrá sido alguno de los cabrones de prensa, pero la mierda nos la van a echar encima a nosotros. Dejamos precipitadamente la conversación cuando Iván Redondo nos pasa el horario de hoy. Hay un par de cambios.

Qué largas se hacen estas esperas. Los cónclaves de este tipo duran un sinfín de horas y, si eres de los que les toca entrar con el presidente, tira que va pero, como seas de los que se quedan fuera esperando noticias, estás como un león enjaulado. Hoy me ha tocado a mí contarme entre los que se quedan fuera y aquí estoy de charleta con los compañeros todo el tiempo menos el poco rato que me está llevando contestar los correos que envía Capella, que es uno de los que ha entrado, pidiéndome algún dato que le va preguntando Pedro Sánchez en el fragor de la batalla. 

Como siempre, parece que no va a terminar nunca hasta que, de pronto, escuchamos los sonidos inconfundibles de la muy honorable muchedumbre abandonando la estancia, contigua a la nuestra, dispuesta por los alemanes para la cumbre. Salgo a toda prisa. Cruzo la mirada con Capella. Creo verle una sonrisa casi imperceptible. Mi impresión se confirma cuando levanta el pulgar derecho lo más disimuladamente que puede. Los jefes de estado y de gobierno hacen como si conversaran delante de las cámaras fotográficas mientras Capella se escabulle y me cuenta en un aparte. 

"Todo, chaval, todo". Relata detalladamente cómo hemos conseguido todos los objetivos. Incluso lo de Álvaro Trece. "Búscame su teléfono porque Pedro Sánchez quiere llamarle para decirle que está hecho. Angela Merkel ha llamado a los suecos en el momento. Con dos ovarios". Ni que decir tiene que le mando inmediatamente a esparragar y le digo que el teléfono del poeta lo busque él porque, uno, no soy su secretario y, dos, no soporto a Álvaro Trece y, cuando pienso que puedo verle recibiendo el nobel de literatura, considero seriamente la posibilidad de arrojarme ácido en los ojos. "¡Qué carácter, colega!", acepta deportivamente Capella antes de salir, sin poder esconder cierta urgencia, hacia el servicio de caballeros. 

Se han hecho, fíjense ustedes, las ocho y media. La cena oficial es a las nueve en uno de los salones del hotel en que nos alojamos, así que me ducho rápidamente y me coloco delante de la pantalla del portátil. Introduzco usuario y contraseña y accedo a la red de documentos confidenciales que compartimos los que tenemos el inmenso honor de formar parte del equipo de trabajo del presidente, guardo el documento con los detalles del acuerdo alcanzado hoy en mi lápiz de memoria, me visto y llego al restaurante un minuto antes de la hora fijada. 

Me sientan, en la mesa más alejada de la de los prebostes, con Capella, Francesco, Valeria, Geraldine, Karl y Gunter. No caeré en la obviedad de verbalizar a qué delegación pertenece cada cual pero sí en la de decir que el menú es de exquisita calidad pero de cantidad mínima por lo que, dada la generosidad  y alegre ritmo con que lleno mi copa cada vez que se queda vacía de vino, no puedo negar que voy adentrándome en una progresiva y agradable embriaguez. Incluso Capella me genera simpatía. Ya ha pasado. Sólo ha durado un momento.  

Acaba la cena y Gunter nos guía hacia un garito de su gusto. Me llama la atención que, en esta época del año, haya esta temperatura en Berlín a las diez y cuarto de la noche. Karl pide una jarra per cápita. Suenan canciones completamente desconocidas para mí pero que, aquí y ahora, me sumen en la versión alemana de la euforia. No podemos hablar por el volumen de la música. Lo agradezco porque me defiendo en inglés pero, no  nos engañemos, tal defensa hace aguas. 

Hay que ver cómo cuida esta gente la higiene de sus baños. Tras la tarea esencial que he venido a llevar a cabo, me lavo las manos. Entra Geraldine, no sé si ajena o indiferente al hecho de que en la puerta que acaba de franquear hubiera grabado un gentlemen como la copa de un pino. Me toma de las manos y dirige algo parecido a un baile común entre los dos al ritmo de la música que entra por debajo de la puerta. Al verla desde tan cerca, de pronto, sé cómo se dice guapa en francés pero, claro, no lo digo, lo repito en el silencio de mi cabeza mientras nos besamos con creciente intensidad. Ella muerde mis labios y yo los de ella. Mi lengua persigue su lengua por todos los confines del sabor a cerveza que cubre nuestras bocas, mientras mi mano hace camino a duras penas por el hueco de su pantalón hasta que ella me aparta de golpe. La mayor frustración de mi vida termina cuando veo a Geraldine desabrocharse el pantalón y llevar mi mano hacia su interior. Froto su clítoris guiado por la excitación que me produce ver la expresión de su cara y oír los jadeos que emite, en un tono mucho más grave del que hubiera podido imaginar, como respuesta a mi tacto. 

Percibo que su orgasmo se avecina, sin embargo quien llega es un nuevo, e inoportunísimo, usuario del inodoro que nos hace detenernos bruscamente, tratar de recomponernos como podemos y salir de allí lo antes posible. Geraldine parece avergonzada. Nos dice que tiene que marcharse ya. Intento irme con ella, pero me hace saber con la mirada que soy la última compañía que desea en ese momento, así que me quedo y retomo mi cerveza por donde la había dejado. 

Escucho un extraño sonido a lo lejos. Noto como, poco a poco, va acercándose. Me lleva un minuto darme cuenta de que ese sonido es el de mi teléfono y que estoy escuchándolo desde la cama. "¿Sí?". Al otro lado habla Capella. Intento que me resuelva las dos incógnitas que mantengo. Qué hora es y cómo demonios conseguí llegar anoche a la cama. Ignora mis palabras. Me habla con el mismo tono de voz con que me hubiera anunciado la muerte de un ser querido. Pero no es eso lo que me anuncia. El documento con los acuerdos consignados en la cumbre está en la web de todos los periódicos. Pedro Sánchez se ha puesto en veintidós de tensión cuando se ha enterado. Iván Redondo quiere vernos. Ya.

Sabía que Luis Fernández no había llegado a corresponsal de El Mundo por su inteligencia pero, ¿cómo se le ocurre poner el documento entero? Es de primero de periodismo. Se dice fuentes cercanas al presidente dicen que... bueno, de todo se aprende, es la última vez que trabajo con esta eminencia.

Me visto sin ducharme. Abro la puerta del despacho habilitado por el hotel para la delegación española. Todas las miradas se dirigen a mí. Iván Redondo me agradece que haya tenido la amabilidad de hacerles la merced de obsequiarles con mi presencia. La reunión no podía empezar sin mí. Comienza calificando la filtración como uno de los actos más infames de la historia de España porque los acuerdos, vitales para los intereses de nuestro país, "se han ido a tomar por culo" por haberse conocido antes de tiempo. Añade que el autor de la filtración, además de antipatriota, es "gilipollas" porque los técnicos han descubierto fácilmente desde qué usuario de la red privada se había sacado el documento y concluye, ya a gritos, que lo va a poner en "la puta calle". 

Como imaginarán, el traidor que sufre el despido, disciplinario y procedente, no es otro que Capella. Las caras de todos los presentes reflejan estupefacción cuando Iván Redondo le comunica su forzosa marcha, pero ninguna como la del propio despedido, que acaba de aprender la valiosa lección de que uno debe poner más empeño en evitar que le roben las contraseñas. Yo tengo que dejarles. Pedro Sánchez me ha pedido que le busque un teléfono. Quiere comunicarle al interesado personalmente que, un año más, le han "jodido" el nobel a Álvaro Trece.

martes, 18 de mayo de 2021

UNO DE ESOS DÍAS


Uno de esos días en que muero
de palabra, de obra y pensamiento.
Uno de esos días en que miento
y no cuento al lector lo que te quiero.

Uno de esos días de aguacero.
Nubes en la salud del firmamento.
Domingos del antiguo testamento.  
Flores hastiadas del invernadero.

Uno de esos días en que sola
está mi piel en el mar de la herida,
hablándole del sol a la farola.

Uno de esos días sin salida,
cuando dentro de cada caracola
suena nuestra canción de despedida.

domingo, 9 de mayo de 2021

LA RUINA DEL VERANO


No, el producto interior bruto
de la Nueva Orleans del diecinueve
no cayó por la baja implicación
de los esclavos de las plantaciones.
No, no fue la tripulación
la que no quiso ver venir el iceberg.
No, la ruina del verano
no viene del salario mínimo
de las malditas gotas de sudor.
No, el león y la gacela
no tienen las mismas oportunidades.
No, ninguna cigarra quiebra
porque la hormiguita viviera
por encima de sus posibilidades.

miércoles, 5 de mayo de 2021

ATARDECER DE UN EX JUGADOR DEL MILAN

Si me hubieran dicho, cuando San Siro coreaba mi nombre después de ponerla en la escuadra, que iba a estar aquí, echando la tarde en la sala de espera del traumatólogo... Llevo hora y cuarto sin que nadie me haga ni puto caso. Joder, toda la vida con la monserga de la rodilla. La prensa especializada suele decir que me retiró la entrada del cabezón Ruggeri pero qué va, lo que me retiró fue la chapuza que me hizo el cirujano lombardo al que me llevó, con la pasta que tiene el viejo, Berlusconi. Y desde entonces, salvo los años en Iguña, llevo sin levantar cabeza con el ligamento lateral izquierdo.

Lo más parecido al deporte que puedo practicar es andar deprisa y, claro, estoy echando barriga porque la comida me pierde. En morfar no he perdido facultades. Sigo tragando como cuando comía ubre en casa de Diego pero, entonces, éramos jóvenes e inmunes a la obesidad y, en cambio, ahora... Hasta necesito tirar de fotos y vídeos antiguos para que mi propio hijo crea que hubo días en que fui capocannoniere de la Serie A.

Yo entiendo que no puede haber privilegios y, si hay que esperar, espera uno pero, coño, la clínica también tiene que entender que hay personas que no podemos esperar en la misma sala que los demás porque se nos conoce y, como le sonamos, la gente nos mira. Quizá no saben de qué, pero les sonamos. Y no es agradable ser el mono de la feria. Bien es verdad que hoy no se ha acercado nadie. Seguramente porque, bueno, en España los periodistas nunca me han dado la misma bola que en Italia, pero no sé... no está uno cómodo.

Nunca he sido de esos tíos a los que le gusta estar apuntado por todos los focos. Como Roberto Donadoni, por ejemplo. Hostia, iba  por Via de la Spiga con su novia y casi era él el que perseguía a los tifosi. Pero era muy buen tío, Roberto. Hace tiempo ya. Creo que la última vez que le vi fue en un sorteo de la Champions. Nos llevaron a sacar bolas como dos gilipollas. ¿Qué año fue eso? No sé, él estaba de seleccionador italiano y yo... en fin.

Si volviera atrás en el tiempo creo que sería más simpático con algunos. Parece que no pero luego hay cosas que te pasan factura. Pero quien más rédito saca del sol es quien menos aprecia el verano porque no le parece posible que algún día el otoño pueda arrojarle la lluvia. Y vaya si llueve. Pero, para cuando uno se da cuenta de eso, anda ya calado hasta los huesos y ya es tar... Erre-ciento cuarenta y seis acuda a consulta doce. Por fin, ya era hora. Todos los ocupantes de la sala de espera me miran levantarme. No saben de qué, pero les sueno.


domingo, 25 de abril de 2021

MIRAR HACIA OTRO LADO


Sin ti, los árboles no ponían sabor
en el cuerpo invisible de sus frutas.
No existía Dios y yo me sentía 
desamparado en el mundo de los lunes.
La Tierra era un círculo contaminado 
y yo no tenía aire en los cuartetos. 
El verano duraba menos cada año 
y el mar empezaba a ser ya cosa de antes.
La muerte me observaba desde arriba
y yo arrastraba el miedo de mi estómago. 
Las derrotas amargas se sucedían 
y yo escondía, claro, la cabeza. 

Contigo, todas las frutas me saben
al día de sol que hay en tu mirada. 
No existe Dios y yo me siento pleno
en la salvación de tus abrazos. 
La Tierra es un círculo contaminado
y sopla el oleaje de tus pechos.
El verano dura menos cada año 
y a mí me urge verte mañana.
La muerte me observa desde arriba
y, entonces, miro yo hacia otro lado.
Las derrotas amargas se suceden
y yo celebro que las compartamos. 

sábado, 24 de abril de 2021

EXTREMADAMENTE PELIGROSO


Pensé que sería peligroso 
que me odiaran los de allí, enfrente.
Que señalaran con el índice 
la diferencia oscura de mis ojos. 
Me daba miedo convertirme en el
demonio alucinógeno de sus dioses.
En el presunto culpable del frío.
En el autor intelectual del hambre. 
Temía que quisieran hacerme daño 
donde el amor me hace más indefenso.
Que vinieran a hacer mi nombre añicos.
Que vinieran, cariño, a matarme. 

Sin embargo, hoy sé que lo peligroso 
es que odio a los de allí, enfrente.
Que les señalo con el índice 
la diferencia clara de sus ojos.
Me asusta verme creando dioses
que desatan plagas en sus vientres.
Verme azuzar el frío contra ellos.
Verme ponerles el hambre entre los dientes.
Lo peligroso es cargar el arma propia. 
Es la primera persona del disparo. 
Es que tú creas que tendré razón  
cuando vaya, cariño, a matarlos.

viernes, 23 de abril de 2021

A LOS QUE SABEN


Hoy, más que a ti, escribo a los que saben
que el sonido del cerrojo no es
el invierno más crudo del oído.
A los que saben que no mata la muerte
de la palabra sonrisa. 

Hoy, más que a ti, escribo a los que saben 
que los desnudos de la fantasía 
pasan por el hueco de los barrotes. 
A los que saben que al patio llegan
los rayos de sol de los deseos. 

Hoy, más que a ti, escribo a los que saben
que no hay privación de libertad capaz
de quitarles a mis manos tu recuerdo. 
A los que saben que no hay reclusión 
que saque tu alma del cuerpo de mis dedos.

Hoy, más que a ti, escribo a los que saben
que la auténtica soledad llegará 
si dicen tu nombre y no me vuelvo, 
que la auténtica soledad llegará 
si cierro los ojos y no te veo. 

lunes, 29 de marzo de 2021

EL DÍA EN QUE BUKOWSKI NO PROBÓ LA CERVEZA


Érase un día en que Bukowski 
no probó la cerveza ni contó
a nadie las cosas que hizo con las putas 
de los barrios bajos de Los Ángeles.

Limpió de otoños su apartamento. 
Constató que la oscuridad está 
en la mente de las bombillas fundidas
y se sentó en una silla frente
al acantilado de la esperanza.

Entonces, garabateó una nota
y la dejó donde yo pudiera
encontrarla en el futuro.
Me revelaba que tú existirías 
y me pedía que, dejando un momento 
la cerveza, te escribiera algo
de mi puño y letra
si se cruzaban nuestros caminos
porque, escribiendo, resucitamos
los fantasmas que damos la vida 
por estar contigo. 

viernes, 26 de marzo de 2021

MENSAJE URGENTE


Yo no creo que el mar sea consciente
de todo lo que supone para el pez.
Sabe sin duda que es importante
para esa existencia con espinas, 
pero yo creo que no se imagina
que él mismo es su calma y su tormenta 
y su aire y su alimento y su abrigo 
y su tristeza y su alegría y su casa
y su tiempo y su espacio y su clima
y su gesto y su silencio y su palabra. 

Por eso traigo este mensaje urgente.
Porque yo creo que no te imaginas 
que tú eres mi calma y mi tormenta 
y mi aire y mi alimento y mi abrigo
y mi tristeza y mi alegría y mi casa
y mi tiempo y mi espacio y mi clima
y mi gesto y mi silencio y mi palabra.
Por eso traigo este mensaje urgente.
Para que sepas que eres mucho más que agua. 

jueves, 25 de marzo de 2021

LA NATURALEZA Y TÚ


La naturaleza dícese de eso
que civilizas con las cremalleras.
La expresión de asombro de tus pechos
cuando derriban la puerta de otros ojos. 

¿Cómo va a caber la naturaleza
en la media verdad de unos retales
cuando la naturaleza es tu cuerpo
trayendo a la tierra el desnudo del mar?

La naturaleza es el espacio
que ocupa tu clítoris en mi cuaderno.
Es la precipitación de tu boca
sobre cualquier ente llamado fuego.

Donde estás tú, está la naturaleza 
convirtiendo ovejas en caballos,
poniendo olor a lluvia en los infiernos
donde no cae nada de las nubes.

Donde estás tú, está la naturaleza
modificando el clima con tus manos,
seleccionando especies con tus labios,
dando vida a seres que te desean.




miércoles, 24 de marzo de 2021

EL BOSQUE DE LA TRISTE HISTORIA


No tengo miedo de la rosa negra
que habita el bosque de la triste historia.
No tengo miedo de la península 
en la que se pudren los poetas como yo. 
No tengo miedo del dios de la granja 
en que agoniza el lamento del cerdo. 
No tengo miedo de la cruel sequía 
que azota los pasillos de las casas.
No tengo miedo de la eternidad 
de la flora cerrada de la cripta. 
No tengo miedo de la voz que sale
de la boca imposible del cadáver.
No tengo miedo del espectro de quien
nos asustaba cuando estaba vivo, 
ni tengo miedo del avaro señor
de la líquida tierra del mal sueño.

Lo que sí temo es que un día cualquiera
oigas mi nombre y no lo distingas
de las palabras que no te dicen nada
cuando te las tropiezas en la acera.

martes, 9 de marzo de 2021

FÍSICA PARA REPETIDORES

A todo cuerpo 
convertido en un fluido
le brota el alma.

Cualquier especie
es su propio peligro 
de extinción. 

Tres cuartas partes
del planeta que soy yo
ya no son mías. 

lunes, 22 de febrero de 2021

LOS QUE NO QUIEREN FLOTAR


No te hablo de poder evitarte
que las dos manos se te levanten
algunas veces con el pie izquierdo,
ni quiero venderte que sea capaz
de cuadrar el círculo de la humedad 
cuando la boca no esté para besos. 

No prometo pascuas de resurrección.
No sé si será siempre el corazón 
lo que me esté latiendo en el cuerpo.
No voy a ocultar que habrá sequías 
y sueños que, a la luz del día,
amanezcan con cara de muerto. 

No prometo hacer ningún milagro.
No puedo evitar que se acabe el verano
cuando menos lo esperes en el vientre.
Habrá un lunes tras cada fantasía 
y los afluentes de la alegría 
desembocarán en un mes de septiembre. 

Lo que yo grito a los cuatro vientos
de los ocho planetas de mis versos 
es que, cuando la tormenta te apunte,
me cuentes entre los que no quieren
librarse del puñal si a ti te hiere,
los que no quieren flotar si tú te hundes.

domingo, 21 de febrero de 2021

CADA ENDECA CON SU TEMA

Si puedes explicarlo, no es amor.

Te quiero contra todo pensamiento. 

Verano es el febrero en que me miras. 

Tu cuerpo es lo que queda de mis ojos. 

Tú y yo es el contrario de nosotros. 

Así en el verso como en los bares. 

Once sílabas de aquí a tu boca. 

Hiere tu ausencia, no mi soledad. 

El mar es el amor propio del agua. 

Ganar es otra forma de perder. 

Eso que hace caer las cremalleras. 

Chubascos de anoche cada mañana.

Ser feliz es conseguir que te rías. 

¿Contigo? Hasta donde no hay derecho.

El autor soy yo, el móvil es ella. 

Cuando existe el amor, yo corro hacia ti. 

¿Por qué la vida si es cierta la muerte? 

Vivo en una canción en que no has muerto.

Sin ti, uno es un múltiplo de cero. 

¿Y si fuera éste al fin nuestro verso?

Te miro y se derrama un mar de ojos.

Moriré de heridas sin importancia.
Ni así negociaré con el olvido.
Te querré hasta el último chupito.
Dejaré escrito cada chispazo.
Me llevaré tus sustantivos dentro.
Me llevaré toda tu ausencia dentro.
Me llevaré la vida de un abrazo.

miércoles, 20 de enero de 2021

EL HÉRCULES CONTRA FRANÇOISE

Corremos un riesgo enorme caminando a pecho descubierto por esta calle pero, qué quieren que les cuente, Eduardo Prada y yo vamos Conde Lumiares arriba. Con los huevos de corbata, eso sí. Y con la única compañía de mi padre, que está tranquilo porque no sabe de la misa la media. Por eso no cesa de darle a la sin hueso aunque Eduardo Prada y yo no le damos la réplica más que con monosílabos. Repasa la actualidad política más rabiosa. Aznar ganó las elecciones hace siete meses y medio, pero todavía me choca que alguien se refiera a él como presidente. 

Eduardo Prada y yo vamos fijándonos en las caras de los transeúntes con que nos cruzamos, viendo en todo el mundo un enemigo potencial. Qué estupidez. Nunca hemos visto en persona a la gente de Françoise, con lo que mal podríamos reconocer a nadie. Cómo demonios hemos llegado a esto. Cómo unos pardillos de diecisiete años hemos llegado a tocarle tanto la moral a un pez gordo de semejante calibre. Pero quién iba a imaginar que los tentáculos de la mafia de Quebec llegaran hasta Alicante...

No es que nos pasemos la vida encerrados en casa. Sin ir más lejos, si salimos de ésta, después del partido vamos a reunirnos en El caimán con Enrique Sánchez y Daniel Rivera. Y esta misma mañana he estado con mi padre en el mercado buscando el arreglo del arrocito de mañana. No hay peligro en estas movidas porque jamás repetimos un sitio, porque nunca vamos donde se nos espera. Lo jodido de esta tarde es que Françoise sabe perfectamente que Eduardo Prada y yo somos herculanos, así que el Rico Pérez debe estar infestado de sus esbirros. El tema es que es octubre y ya vamos penúltimos, que hoy viene un rival directo y que ni Eduardo Prada ni yo estamos dispuestos a quedarnos escondidos en un agujero mientras el equipo vuelve a segunda. 

El gentío se acumula en los exteriores del estadio. La buena respuesta de la afición y la gestión demencial de los accesos al Rico Pérez son las causas. Cuando, como habitantes de la fila india de los que esperan entrar, estamos parados frente a la pared en la que hay una pintada contra Antonio Guijarro, estoy a punto de cagarme encima al notar que alguien deja caer su mano sobre mi hombro. Cuando me vuelvo lívido, resulta ser un paisano que va hasta las cejas de prendas de ropa del Oviedo y que pregunta por la puerta de ingreso de los visitantes. Le indico aliviado pero, al marcharse el asturianín, todavía se lee el miedo en el rostro de Eduardo Prada.  

Conseguimos entrar al campo. Avanzamos por la preferente. La megafonía anuncia la alineación que Juanma Lillo ha dispuesto para la visita. No quedan muchos hueco libres en la grada. Y nosotros necesitamos tres asientos. Encontramos tres contiguos pero a mi padre no le convence la perspectiva del campo que ofrecen. No muy lejos descubrimos otra opción. Una butaca libre y, en la fila inmediatamente inferior, otras dos lindantes. Las ocupamos rápido. Esa ubicación sí agrada a mi padre. 

¡Marí!, exclama el speaker a través del altavoz. ¡Eeeeeeeh!, responde de la concurrencia. ¡Lledó! ¡Eeeeeeeh! ¡Pavlicic! ¡Eeeeeeeh! ¡Varela! ¡Eeeeeeeh! ¡Moj! ¡Eeeeeeeh! ¡Jankovic! ¡Eeeeeeeh! ¡Visnij! ¡Eeeeeeeh!¡Paquito! ¡Eeeeeeeh! ¡Artner! ¡Eeeeeeeh! ¡Amato! ¡Eeeeeeeh! y... ¡Alfaaaaro! ¡Eeeeeeeeeeeeeh! Ovación final para rubricar el once inicial de Ivan Brizic que culmina en el grito de ¡Heeeércules! ¡Heeeércules!

¡Hay pipas, chicles, caramelos, oiga! Algo huele a podrido en el señor que porta la cesta de frutos secos. ¿Cuánto hace que está por aquí? Lleva demasiado tiempo sin moverse de esta zona y no ha vendido un solo quico. Le sigo con los ojos. De pronto, el presunto pipero gira la cabeza hacia mí y nuestras miradas se cruzan un instante. Rápidamente, la vuelve hacia el otro lado. Pongo, con discreción, a Eduardo Prada al corriente de tales hechos. Me responde pidiéndome que no sea paranoico y diciéndome que es el mismo tipo de toda la vida. ¿Y? Si algo sabe hacer Françoise es comprar voluntades.

Mueven Alfaro y Amato. El Hércules se va hacia arriba. Balón colgado. Despeja Rivas. Peter Artner le pega desde la frontal y... ¡Fuera! Aplaudimos todos a pesar de que el austriaco la ha sacado del Rico Pérez. Pero ésta es una tarde especial. A partir de hoy, borrón y cuenta nueva. Todos a una y a remontar en la tabla. 

A ese disparo desviadísimo, se suman dos balones colgados que despeja sin mucha dificultad, la verdad sea dicha, la defensa carbayona. Ésa es toda la cosecha en el minuto quince. Como un aguijón, se me clava en la mente el recuerdo de que el lunes tengo un control de historia del arte con el padre Ángel. Es evidente que estoy bajo unas condiciones de presión e inquietud incompatibles con un examen, por muy parcial que sea. Pero cuéntale tú al cura la historia de Françoise... El que no tiene estos problemas es Eduardo Prada. Al ser de ciencias puras, no tiene historia del arte sino asignaturas mucho más asequibles tipo física y química y tal.

Balón de Moj al contrario. Silbidos acompañados de cientos de voces que corean el clásico !Aniceto, pestero! ¡Aniceto, pesetero! La paciencia del herculano medio, a pesar de la buena voluntad con la que ha acudido a este partido, tiene su límite y éste se ha desbordado tras treinta y tres minutos de absoluta inoperancia. Además, hace un rato que el Oviedo está rondando la portería de Miguel Marí. 

A pocos metros, un chaval intenta elevar la moral colectiva haciendo sonar un bombo. Sin embargo, sólo consigue irritar a los que le rodeamos. Sobre todo a mi padre, que se lo hace notar demasiado explícitamente para mi gusto. Ante el ambiente hostil, pronto detiene su incomprendida música de percusión. Y, entonces, justo entonces, en el minuto cuarenta y cuatro, Oli anota el cero a uno. 

Los primeros minutos del intermedio son un velorio. El Rico Pérez está todavía aturdido por el guantazo que lleva encima. Muy pocos hablan en los cuatro continentes de la preferente. Ese silencio general aúpa la frase que pronuncia un señor muy pasado de peso a unos quince metros a la derecha de mi padre. Hasta que no se vaya Vicente Companys aquí no hay ná que hacer. Eduardo Prada se pregunta en voz alta qué culpa tendrá el gerente en la lamentable primera parte que acabamos de ver. Yo, sin embargo, me fijo en la chica rubia que está junto a tan injusto obeso.

Es la rubia con la que se enrolló Enrique Sánchez en Casablanca. Eduardo Prada disiente. Cree que es la que se lio con Daniel Rivera el El núcleo. Bueno, lo mismo da. Tenga razón quien la tenga, es una persona con la que nos hemos cruzado dos veces en poco tiempo. Huele a Françoise que tira para atrás. Me cubro la cara de forma bastante pueril con la bufanda blanquiazul de punto que me hizo mi abuela cuando, por el túnel de vestuarios y a cuenta gotas, empiezan a retornar los futbolistas al terreno de juego.

A-lé-Heeeeer-cu-lés oeoeoeoeoeoeoé oeoeoeoeoeoeoé. Este cántico, no extraño en el Rico Pérez, arranca tímidamente cuando aún no se ha puesto el balón en juego. Lo que sí es raro es que, no sólo no se detiene tras tres minutos de segunda parte, sino que va creciendo poco a poco. Mi padre, muy poco dado a estas cosas, Eduardo Prada y yo nos hemos unido sin darnos cuenta a la voz colectiva. Cuando roba la pelota Alfaro y Jankovic remata fuera por poco, el incendio se ha extendido ya por todo el Rico Pérez.

Y, en el césped, asistimos al milagro de la resurrección de la carne. Unos jugadores que deambulaban muertos un rato antes se han convertido en un equipo que derrocha la vida en el ciento cinco por setenta. El Oviedo, antes dominador a placer, no es capaz de retener el balón. Jugada de Amato, remata Alfaro y Mora envía a córner con muchos apuros. 

A-lé-Heeeeer-cu-lés oeoeoeoeoeoeoé oeoeoeoeoeoeoé. Me pregunto por qué me resulta imposible dejar de cantar esto. Aún no me he respondido cuando veo el balón volar desde la banda derecha. No sé quién ha centrado, quién ha suspendido esa pelota en el aire para que Pavlicic, de un cabezazo, ponga el empate en la red. Me abrazo con mi padre, con Eduardo Prada y con el orondo censor de la labor del gerente, que da con sus huesos en esa zona llevado por la euforia. El grito de gol salta de una boca a otra durante dos minutos. E, inmediatamente, sin dejar un segundo a la razón... A-lé-Heeeeer-cu-lés oeoeoeoeoeoeoé oeoeoeoeoeoeoé.

Y de Varela a Visnij y de Visnij a Alfaro y Alfaro al poste. Y, después, otra ocasión y otra y otra. Tantas que no puedo creerme que éste sea el pitido final. Tantas que, a pesar de que el resultado es pésimo y nos deja en el fondo de la tabla, damos al equipo una gran ovación. Tantas que salimos del Rico Pérez todavía con la misma cantinela en los labios. Tantas que no me acuerdo de Françoise hasta que, ya sin mi padre, Eduardo Prada y yo empezamos a alejarnos del Rico Pérez y repaso en mi mente las partes del trayecto hasta El caimán en que podrían emboscarnos.

Y, sin embargo, no veo lo que tengo delante de mis narices hasta que estoy inmovilizado en el suelo enfrente mismo de Luceros. Los secuaces del gánster van con batas blancas, se hacen pasar por médicos y nos meten a Eduardo Prada y a mí en una especie de ambulancia. Estos tíos no se han molestado ni en agenciarse una sirena para disimular. Y cómo es la gente. Nos han secuestrado en una calle concurrida y créanse que nadie ha dicho ni Pamplona.

Siguen con la pantomima. Nos meten en un edificio con apariencia de clínica. Me separan de Eduardo Prada. Estoy solo en un cuarto. Enseguida entra un torturador disfrazado de médico. A saber qué estará dispuesto hacer este bestia para que hable. Sin embargo, el que no se calla ni debajo del agua es él. Habla y habla. Dice tantas cosas que me marea. 

Cuando se cansa, me llevan a otra habitación. Allí me reencuentro con Eduadro Prada. Le pregunto qué le han hecho pero, sin esperar su respuesta, le cuento que estos hijos de puta quieren hacernos pasar por locos. Dicen que todo es producto de nuestra imaginación. Que nadie nos persigue. Que no existe Françoise. Que no existe su organización mafiosa. Que, por no existir, no existe ni la rubia con la que se enrolló quién sabe si Enrique Sánchez o si Daniel Rivera... 

Eduardo Prada asiste incrédulo a mi narración y, cuando le pregunto cómo hacemos para deshacer aquel entuerto, reflexiona unos segundos hasta que me responde:

- Yo tampoco existo, gilipollas. No te fíes de nada de lo que veas. No te creas nada de lo que oigas. Estate seguro nada más que de dos cosas. Una, que lo de Dubravko Pavlicic ha sido un puto golazo. Y dos, que este año, a poquito que éstos metan la pierna, vamos a salvarnos. 

martes, 19 de enero de 2021

LA MEJOR FORMA DE SER INVISIBLE


Aunque no lo soy, me siento poeta,
que es la mejor forma de ser invisible,
un sistema enrevesado de hacer chas
a ver si una tarde aparezco a tu lado.

No tengo más virtud que el defecto ajeno.
Las cosas que no me pasan abren
todos los telediarios del domingo
y, claro, las multitudes me asedian 
en una calle que no encuentro en ningún sitio. 

Vivir esto tan jovencito me ha llevado
a adicciones invencibles, 
a versiones flamencas de canciones pop
y a la voz gigantesca de Félix Grande. 

En resumen, no me inquieta el plato vacío 
porque uno no ha perdido el hambre. 
Uno piensa seguir haciendo chas
hasta aparecer a tu lado alguna tarde. 

sábado, 16 de enero de 2021

EL CONTENEDOR VERDE


Esas mañanas achacosas
de domingo
en que acaban por convertirse
las noches, felices e ingenuas,
de sábado
cuando envejecen
suelo empezarlas contemplando
un número par de botellas
vacías de cerveza.
Cuando las saco de casa,
ya convertidas en basura,
siempre oigo su último pensamiento:
ya veremos quién 
está terminando con quién.
Entonces, arrojo esos cristales
al vacío y esa inquietud
se queda en el contenedor verde.

Sí, claro. Eso es vivir.
Hasta que nos quedamos sin un sitio
donde esconder los problemas.
El superviviente
es el que encuentra a alguien
como yo te he encontrado a ti.
Fue, allí, en el camino del azar.
Porque el amor, antes que nada,
es un cúmulo de casualidades.
Son dos que se cruzan
en el lugar adecuado
en el momento oportuno,
pero también dos que lo hacen
en el peor momento
y en el lugar menos indicado.
Nosotros, admitámoslo,
nunca llegamos a entender nada
pero nos reconocimos
cuando nos tuvimos delante.
Y cuidado con los charcos
que se sienten queridos
porque no dejan de ser charcos
pero se sienten más profundos
que los mares.

Vamos, que me interesa más
la realidad que se percibe
con los ojos cerrados
que la que muestran
unas lentes de contacto
perfectamente graduadas.
Creo que, por eso,
parezco un soñador
cuando se me ve desde lejos.
Más de cerca, ya se aprecia
que tengo manos de pianista
que no sabe qué hacer
con las notas musicales.

Me conozco. Soy así
pero, todas esas mañanas
de domingo,
deseo ser de otra manera.
Como el bicho que un buen día
se convierte en otra cosa.
¿Cuál? No sé. Cualquiera
para la que siga siendo ayer
o ya sea mañana.
Ése es el objetivo último
con el que escribo el primer verso,
imponer el uso horario
de la esperanza.
Sin más.

Sin más.
Termino este poema apurando
el último culín de rebeldía
y, en el instante en que pongo
el punto final,
escucho su voz amenazante
por encima de mi hombro.
Pero a éste no lo echo
al contenedor verde.
En este caso, no hay duda
de cuál de los dos
está acabando con el otro.





viernes, 15 de enero de 2021

LA METAMORFOSIS


Hizo preocupado
el camino hasta el espejo.
Al llegar, comprobó
en su rostro de cristal
que lo que había visto
en el mismo sitio
cinco minutos antes
no había sido producto
de un efecto óptico.

Efectivamente,
su propia barbilla,
su propia nariz,
su propia boca
habían dejado de ser
lo que habían sido
hasta unos días antes.
Ahora, sumaban
las facciones de un hombre 
que no quería ser.

Qué hacer era la pregunta
que no hubiera tardado
en responder el cerebro
al que estaba acostumbrado.
Sin embargo, esa tarde
su cabeza era incapaz
de emitir señal alguna
del camino que debía seguir
para escapar de la niebla.

Ni siquiera tenía sitio
para la esperanza
de encontrar la salida
ni dedicando a ello
el resto de su vida.
Ya no creía en él,
en tres semanas
había perdido diez Kilos
de confianza.

Se hacían las ocho
cuando tropezó
con una mesita
que, aun llena de objetos,
estaba completamente vacía.
El contacto con su rodilla
hizo que el mueble
escupiera al suelo la fotografía.
Sí, la fotografía de ella
con el rictus, ya perpetuo,
y los ojos quemados de negro.
Entonces, comprendió.
Ya no volvería a ver más
a través de la mirada
de esa mujer
su propia barbilla,
su propia nariz,
su propia boca,
su propio cerebro.
La soledad no era temer
que ella se hubiese ido
para siempre,
la soledad era saber
que él mismo
ya no iba a volver jamás.