Érase un día en que Bukowski
no probó la cerveza ni contó
a nadie las cosas que hizo con las putas
de los barrios bajos de Los Ángeles.
Limpió de otoños su apartamento.
Constató que la oscuridad está
en la mente de las bombillas fundidas
y se sentó en una silla frente
al acantilado de la esperanza.
Entonces, garabateó una nota
y la dejó donde yo pudiera
encontrarla en el futuro.
Me revelaba que tú existirías
y me pedía que, dejando un momento
la cerveza, te escribiera algo
de mi puño y letra
si se cruzaban nuestros caminos
porque, escribiendo, resucitamos
los fantasmas que damos la vida
por estar contigo.