el llanto y la risa de un niño remoto
que terminó por extinguirse.
La noche era un circo romano
y yo, un adolescente buscando un pulgar levantado
donde no había más que dedos hostiles.
Oposité con éxito a un cuerpo de lacayos,
a sueldo del bando contrario,
en el feudo falso de las maravillas.
Tras la última peste, tocó renacer
y, hasta la coronilla de morir de pie,
me conformé con vivir de rodillas.
En la lluvia de brumario, toca tierra el amor
y, más que en la cabeza, es en el corazón
donde cae el dolor como una guillotina.
No tener tus heridas entristece mi piel.
Abro los libros con la esperanza de leer
que, al menos, perdimos juntos Filipinas.
Tres décadas de bombas marcan mi fisonomía.
Bajo las piedras más tristes, aparece la alegría
cuando el hombre deja de caer sobre la tormenta,
aunque la sonrisa sea una luna de cartón,
aunque al otro lado del muro se quedara Dios,
aunque mañana ya haya perdido la guerra.
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