Se derraman los siglos
de los minutos de tus vídeos
mientras el reloj de mi cuarto
espera sentado que marque yo
la hora de tapar la fantasía
con un edredón que nunca tuvo labios.
Te desprecian sabiondas y listillos.
A ti, que me enseñas la vida
de la voz compañera de Neruda.
¿Te acuerdas, Pablo, debajo de la tierra?
A ti, que me coloreas la noche
de Stalingrado y de Galípoli
y me pones frente a Ibsen y a Buero
hasta que Dios se levanta a aplaudir.
En ti aún es posible la infancia,
que no es sino una música
que nos gusta más ahora que antes,
y Felipe puede aún tener cuarenta
y seguir estando en contra de la OTAN.
Conoces qué pasó en la gran dolina,
el camino hasta el tiburón blanco,
la luz de los últimos días de Monet
y el autor del primer gol anulado.
Te conviertes en una calle mía
de la ciudad que de pronto se aparece,
devuelves a Ali y a Frazier
al penúltimo asalto de Manila,
reúnes a Bach, Camarón, Sabina
con el sonido Motown de esta peste.
Traes, como si nada, a Soler Serrano
para que mi padre salga de la boca de Cortázar
y recordarme otra vez que la vida
es la suma de las muertes de Ayrton Senna
porque Augusto vino a ser Napoleón
y el cielo, ¿te acuerdas, Pablo?,
no es más que un burdo engaño de la tierra.
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