lunes, 1 de mayo de 2017

RARA VEZ VERÁN USTEDES A UN TRISTE LLORAR

El mayor problema que tienen los llorones
es que no conocen la tristeza.
Así somos hasta que nuestros pies tropiezan
con la vida real repartiendo pisotones.

Por eso, rara vez verán ustedes a un triste llorar.
Rara vez los muertos se quejan de su salud.
Unos presumen de mesías, otros llevan la cruz.
Algunas vidas dejan pocas ganas de resucitar.

Habrán visto ustedes que la madre naturaleza
siempre dispara a gente desarmada.
Con el hemisferio norte del cerebro, las ratas
aprenden a ponerse a salvo de la tormenta.

Y allí, en uno de estos países instalados
por encima de la lluvia, estoy yo,
que al ir cumpliendo años me he hecho menor
porque mi traición es seguir en el mismo bando.

Ni ustedes ni yo hablamos ningún invierno
de la existencia de las muñecas de nieve.
Como si el femenino lo derritiesen.
Como si el frío lo escribiesen los muñecos.

Escuchen, la indiferencia de los ojos
es la que crea personas invisibles
y, tras la sonrisa de un selfie, un rostro
desaparece herido de que nadie lo mire.

¿Conocen una demostración de fuerza mayor
que ser capaz de mover un dedo por alguien?
Escuchen, muchos enanos sumarían un gigante
si cada cual no creciese en distinta dirección.

Aunque no funciono como dice el envoltorio,
soy tan débil que no me suelo averiar.
Rara vez soy cierto del todo.
Rara vez verán ustedes a un triste llorar.