sábado, 9 de junio de 2018

HAY VIDA EN UN VASO DE AGUA

Pasó por mí todo un verano
en el tiempo que fue
desde la primera a la última vez
que te miré aquella noche.
Te había mirado otras veces antes
pero nunca había visto desaparecer un sábado
en la tormenta de una expresión facial.
Y, bien, a la vista está que yo
nunca he vuelto a acordarme de aquello
pero no he podido olvidarlo jamás.
Esa imagen tuya va a acompañarme
en mundos enteros que no voy a habitar.

Muchas veces, antes de dormirme,
pienso que no es tan necesario ver el mar
si mañana voy a compartir contigo un vaso de agua.
Y, ahí, sí soy inflexible.
Ahí no pienso dejar correr una gota de ti.
Porque, incluso para alejarme de ti,
te necesito de mi lado.
Sumarme a ti y dividirnos entre dos
lo primero que nos pase por la cabeza
antes de atravesarnos el corazón.
Muchas veces, antes de dormirme,
calculo a ojo el ángulo
que forman tus labios al decir mi nombre
y, ciertamente, no me importa el resultado.

Pero tan es así que, normalmente,
antes de llegar a dar una cifra,
me despierto con tu nombre entre los brazos.
Vamos, nada que no sospeches
con la punta de tus circuitos neuronales.
Lo que tal vez no sepas
es que salgo por piernas de mis sueños
para escuchar la lengua de tus gestos cotidianos.
Ponerme de tu parte cuando te molesta el sol
al abrir una ventana a la esperanza.
Quitarte la razón cuando piensas que estás sola
para levantar el peso de otro invierno.

Yo, por mi parte y es curioso,
sólo tengo frío cuando tú te quedas en silencio.
No es que signifiques mucho para mí,
es que, sin ti, me veo tan poco sentido...
Tan poco que más de un médico me dijo
que en esos periodos mi corazón
se vuelve una víscera fuera de contexto.
Por todo lo expuesto, te pido
que nada detenga tu boca sin fin,
que me des la mano cuando el suelo se mueva,
que, cuando algo se rompa dentro de ti,
cuentes conmigo aquí, fuera.


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