sábado, 1 de septiembre de 2018

BOLSILLOS LLENOS DE MISERIA

¿Cómo es posible que en esos lugares
en que hay menos miseria haya tantos miserables?
Gente que pone puertas electrificadas al mar,
gente que separa a los hijos de los padres
en las mismas narices de la estatua de la libertad.
El mundo es propiedad privada
de patriotas garrulos con multinacionales,
ningún lugar será bueno para refugiarse
cuando estalle la paz.
Ninguna salida lleva a ninguna parte
en los cinco continentes del verbo cerrar.

En el cielo del bienestar, las llaves de San Pedro
sólo saben negar a cal y canto el paraíso.
Se busca la cifra de hambrientos necesaria
para que los dígitos de todas las cuentas corrientes
sumen infinito.
Se trata de que los de dentro dilapidemos el refugio.
Que la muerte les vea a ellos y se olvide de extinguirnos.
En ningún olimpo hay sitio para un pobre diablo.
Todas las palabras de su idioma
se traducen como peligro en el nuestro.
Más que los muros, las concertinas o los pinchos,
lo que nos separa es una alambrada de miedo.

Demagogo es quien enarbola
la nación casual de millones de células iguales
para proteger el único color,
no se engañen, que nos importa.
El color cambiante de las monedas estables
y de las promesas rotas,
el color de una raza que no quiere mezclarse
más que con personajes de curso legal,
con genéticas de presencia rentable.
El amor es un ejercicio de cálculo mental
que nos sale de los instintos comerciales
cuando pronunciamos la palabra solidaridad.

Maldito. Maldito. Maldito sea el amor
de los que nos quieren por el signo del erre hache.
Maldito el que grita sálvese quien pueda
sabiendo que sólo él podrá salvarse.
Maldito el que cuenta los cofres del tesoro
de los barcos a los que induce a naufragarse.
Entre las olas, puede verse un pez ya desnudo
al que exigen volver a desnudarse
para permanecer en el océano.
¿Cómo termina un individuo declarado culpable
de venir huyendo de la tormenta?
¿Cómo es posible que, tan lejos de la miseria,
haya tantos miserables?





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