Y, en cambio, ahora que ha llegado el instante que anunciaban los satélites, resulta que no. Que ni el deshielo, ni la lluvia torrencial, ni el calor, ni los desiertos, ni el hambre. Llegado el momento, resulta que no hay más causa de muerte que nuestra estupidez, que no hay más monstruo que el leviatán imbécil de nuestra sinrazón y que la oscuridad aún nos deja ver cómo mueren nuestros hijos sin tiempo para hacer inventario de todas las veces que pudimos evitarlo.
viernes, 28 de febrero de 2020
EL DESENLACE
Durante decenios creímos que, al final, sería un mar agigantado por la fusión de los casquetes polares el que nos estrangulase. Pensamos que vendría una tormenta a llevarse todo lo que habían construido nuestros padres o que la sequía nos acabaría asesinando en la previa muerte de otros cuerpos. Esperábamos que un día la temperatura ascendiera hasta convertirse en un dios de la ceniza que nos juzgara con toda la severidad de su naturaleza inhumana.
Y, en cambio, ahora que ha llegado el instante que anunciaban los satélites, resulta que no. Que ni el deshielo, ni la lluvia torrencial, ni el calor, ni los desiertos, ni el hambre. Llegado el momento, resulta que no hay más causa de muerte que nuestra estupidez, que no hay más monstruo que el leviatán imbécil de nuestra sinrazón y que la oscuridad aún nos deja ver cómo mueren nuestros hijos sin tiempo para hacer inventario de todas las veces que pudimos evitarlo.
Y, en cambio, ahora que ha llegado el instante que anunciaban los satélites, resulta que no. Que ni el deshielo, ni la lluvia torrencial, ni el calor, ni los desiertos, ni el hambre. Llegado el momento, resulta que no hay más causa de muerte que nuestra estupidez, que no hay más monstruo que el leviatán imbécil de nuestra sinrazón y que la oscuridad aún nos deja ver cómo mueren nuestros hijos sin tiempo para hacer inventario de todas las veces que pudimos evitarlo.
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