Yo busco el nombre del movimiento
que haces con los brazos al caminar.
En mis ojos no cabe
el mundo circular que desplazas
con el giro de tus manos
y la vida de tus caderas,
pero ellos se creen muy ojos
y apedrean la luz para buscar
tu mirada como el final
de un domingo tras el que todo
haya merecido la pena.
El final de la multitud,
que es el peor desierto,
y el estallido del corazón
al unir la tensión de nuestros dedos.
Besos me parece parca descripción
de la furia común de nuestras bocas
que he visto en el reflejo del sol
sobre el invierno de tus dientes.
El final de la civilización
y la llegada irrefrenable
de las lenguas a los cuellos
para gritar que estaba escrita
la destrucción completa de la ropa.
El final de la paz
y el derrumbe de mi tacto
sobre la población entera de tus pechos,
dejando al descubierto
cinco sentidos insuficientes
para abarcar el crecimiento
emocionante de tus pezones.
El final de la cordura
y la traducción del amor
a sílabas de aliento
sobre la desnudez de tu vagina.
Habrá que reconocer que sí,
que había felicidad
y que era una patria húmeda.
El final de los relojes,
el apocalipsis del espacio
y las tres dimensiones de tu clítoris
entre mis labios.
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