Es extraño -no por infrecuente-
cruzarse en la calle
con un desconocido que antes no lo era.
La vida -larga acera-
puso gente, humo, disfraces
de alquiler demasiado caro
entre todo lo que fuimos,
entre dos nadas al fin y al cabo.
Un encuentro con el pasado
deja el presente perdido
de manchas en los ojos.
La mirada atrás no ve,
recuerda haber visto.
¿Qué hay de aquel amigo,
esa novia, ese primo, esa vecina
en la persona con que dimos
a la vuelta del destino y de la esquina?
No queda rastro de la cálida voz
-que era suya de tan nuestra-
en la gota fría que nos llega al corazón
mientras buscamos tema de conversación
en la punta de la lengua muerta
que perdió el habla cuando resucitó.
Nos damos la mano
y aceptamos a regañadientes el regalo.
Intercambiamos dos besos
y los dos sentimos
que hemos perdido con el cambio.
Y nos alejamos mirando al suelo
con algo de rubor en los bolsillos.
Con olor a podrido en los recuerdos,
un poco más ajenos a nosotros mismos.
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