miércoles, 24 de octubre de 2012

EL FUEGO QUE MUERE

Aburrida y sin zapatos,
encadena, uno tras otro, cigarrillos
como el día tras el día.
El fuego que muere
nace como un sol que es el mismo.
La cruda realidad y su marido
le acompañan, otra noche, en el sofá.
Él duerme. Ella no.
Ella es feliz pero no lo sabe.
   
Sensible y con la vida resuelta,
en la extensión vasta de sus sueños
todo el pueblo pasa hambre.
Ha leído en su diario
que está enamorada de alguien.
No lo recuerda. No consigue acordarse.
Besa, educada, los labios de su marido.
Cuando los besos ya no dicen nada,
besar es la forma más cruel de callarse.

Vulnerable y sin un gramo de celulitis.
En el cruce de caminos de sus soledades
se extinguen las especies
y la ropa interior de encaje.
Su amor es eterno, como una fotografía
donde ya no sonríen las sonrisas que se muestran,
donde ya no existen los personajes.
Eterno, como una cripta de vampiros
donde no muere ninguno ni queda vivo nadie.

Puñetera y con el pelo recogido.
Yo le comparto el pan, la cama y los recibos,
cada pétalo de la flor muerta del calendario...
pero ella está sola cada segundo.
Yo la contemplo desnuda como un sol que es distinto.
Ella, ni una inquietud, ni un nuevo día al desnudarse
ante los ojos amantes de su marido.
Sé cuánto me ha querido.
No lo recuerda. No consigue acordarse.





No hay comentarios:

Publicar un comentario