Al lector que me creía muerto
en el último verso de mi último adiós
aclaro que, aunque ya se me paró el corazón,
corre la sangre todavía por mi cuerpo.
Apuesto por seguir viviendo
como la palabra escrita,
como el toro sangrante que espera
salvarse en el último momento.
¿Razones? Biología pura.
Un poco por falta de huevos.
Un poco porque abracé tu anzuelo
con los brazos de mi dentadura.
¿Razones? Un poco por costumbre,
un poco por perder los nervios
escribiendo la incertidumbre
y mala música de viento.
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